Blogia

TataCuba

Gabriela Mistral: primer intelectual latinoamericano con el Premio Nobel de Literatura

Gabriela Mistral: primer intelectual latinoamericano con el Premio Nobel de Literatura

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, eneto 10 de 2017)

 Lucila Godoy Alcayaga, luego mundialmente conocida por el seudónimo de Gabriela Mistral, había nacido el 7 de abril de 1889 en Vicuña, región de Coquimbo, Chile, y era hija del maestro de escuela Juan Jerónimo Godoy y de la modista Petronila Alcayaga.

   Según datos biográficos que aparecen en varios sitios de Internet, su infancia y juventud estuvieron marcadas por hechos traumáticos como el abandono del hogar por el padre cuando aún sólo tenía 3 años y, más tarde, el suicidio de su novio, el obrero ferroviario Romelio Ureta Carvajal.

   Estas adversidades no impidieron que la joven Lucila fuera logrando una sólida formación cultural autodidacta, en la cual influyeron las enseñanzas de su hermanastra Emelina Molina Alcayaga, mucho mayor que ella, la labor que desde muy jovencita fue desempeñando como maestra en varias escuelas, y su amistad con el periodista Bernardo Ossandón, quien le permitió acceder libremente a su magnífica biblioteca y le brindó orientación para que Gabriela publicara en el periódico El Coquimbo sus primeros artículos y poemas, todavía con el nombre de Lucila Godoy.

   En 1908 Lucila figuraba ya en la antología Literatura Coquimbana, de Carlos Soto Ayala. Continuó escribiendo y, paralelamente, en 1910, rindió examen en la Escuela Normal de Santiago y fue profesora de primaria en Barrancas. Luego, en 1912, se trasladó al Liceo de Antofagasta, donde enseñó Historia y además fue inspectora general. Ese mismo año fue nombrada inspectora y profesora de Castellano en el Liceo de Los Andes.

  Sus progresos en la profesión docente iban aparejados con el desarrollo de su producción literaria, que incrementaba notablemente su calidad.

  Pero su primer gran éxito literario fuera del ámbito regional ocurrió en diciembre de 1914, cuando obtuvo el Primer Premio en el concurso de literatura de los “Juegos Florales” de Santiago de Chile, con sus Sonetos de la Muerte. A partir de entonces comenzó a utilizar el seudónimo de Gabriela Mistral, según algunos de sus biógrafos en homenaje a dos de sus poetas favoritos, el italiano Gabriele D’Annunzio y el francés Frédéric Mistral.

  Se inició, con ese triunfo, la etapa más fecunda de su carrera literaria, que entre otros libros de poemas o títulos incluye Desolación, Lecturas para mujeres, Ternura, Tala, Todas íbamos a ser reinas, Antología, Lagar, Poema de Chile, Almácigo y Niña errante.

   Muchos especialistas literarios y estudiosos de su obra poética coinciden en señalar que tenía tendencias modernistas en sus inicios, pero luego derivó hacia un estilo muy personal, de gran originalidad, con un lenguaje coloquial y simple, de gran musicalidad y un simbolismo muy conectado a las tradiciones folclóricas de su tierra.

  A su fructífero quehacer como pedagoga, poeta y escritora, la eminente intelectual chilena sumó también una vida muy activa como diplomática en varios países del mundo. Fue, además, una defensora de los derechos de la mujer, amante de los niños (a quienes fue dirigida buena parte de su obra) y una opositora activa del fascismo.

  Entre sus más altos reconocimientos, además del Premio Nobel de Literatura, en 1945, figuran el de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Florencia, el Mills College de California (1947) y la Universidad de Columbia (1954), y el Premio Nacional de Literatura de Chile (1951).

  Gabriela Mistral falleció 10 de enero de 1957, hace hoy 60 años, en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos.

   Con posterioridad otros cinco escritores latinoamericanos recibirían el Premio Nobel de Literatura. Ellos fueron Miguel Ángel Asturias (Guatemala) en 1967, Pablo Neruda (Chile, 1971), Gabriel García Márquez (Colombia, 1982), Octavio Paz (México, 1990) y Mario Vargas Llosa (Perú, 2010). 

 

 

 

 

 


Panchito Gómez: un paradigma de patriotismo para los jóvenes cubanos

Panchito Gómez: un paradigma de patriotismo para los jóvenes cubanos

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, diciembre 7 de 2016)

  En su corta vida, Francisco (Panchito) Gómez Toro, siguió siempre el ejemplo y cumplió las enseñanzas que recibió directamente de tres gigantes de las luchas libertarias que los cubanos libraron contra los colonialistas españoles, en la segunda mitad del siglo XIX: su padre, el Mayor General dominicano Máximo Gómez, jefe del Ejército Libertador; el Mayor General Antonio Maceo, el más brillante combatiente de aquella gesta, y el gran pensador José Martí, Héroe Nacional de Cuba.

  Panchito había nacido el 11 de marzo de 1876 en plena manigua, en la finca La Reforma, en la central provincia cubana de Las Villas, y era el cuarto hijo del Mayor General Gómez con la virtuosa y abnegada cubana Bernarda del Toro (Manana), nacida en Jiguaní, provincia de Oriente, y también como su esposo, de estirpe mambisa.

   En 1878, luego de la firma del oneroso Pacto del Zanjón que puso fin a la llamada Guerra de los Diez Años, el niño marchó con su familia a Jamaica. Tras diez años de peregrinaje, que incluyó entre otros sitios a Nueva Orleans y Honduras, se establecieron en República Dominicana, la patria natal Gómez, en una finca cercana al poblado de Montecristi.

   Abelardo Padrón, uno de los biógrafos del heroico joven, citado por el periodista Pedro Antonio García en la revista Bohemia, decía sobre Panchito: “Estudiante ejemplar. En su expediente nunca aparece un suspenso. Estudiaba y trabajaba en una firma que comerciaba café y así ayudaba al sustento familiar. Todo lo que ganaba se lo hacía llegar a su madre. Además llevaba la doble contabilidad de los negocios del padre.

  “Dominaba a la perfección el inglés y el francés. Se inclinaba a los estudios filosóficos. Tenía una letra uniforme, espaciada, firme, que a veces se parecía en los rasgos a la de José Martí.”

   Cuando tenía ya 16 años, Panchito conoció a Martí durante la visita que éste realizara en 1892 a Dominicana para entrevistarse con Gómez y preparar la próxima etapa de la guerra independentista cubana, que el Héroe Nacional llamara “Guerra Necesaria”, y desde aquel momento sintió una profunda admiración por el talento del Apóstol, a quien siempre nombraba como Maestro.

   Posteriormente, en 1894, durante la continuación de los preparativos de la nueva contienda, Gómez viajaría a Nueva York y allí dejó a su hijo, entonces con sólo 18 años de edad, bajo la tutela de José Martí.

   Panchito acompañó al Héroe Nacional durante sus viajes a Tampa, Cayo Hueso, Costa Rica, Panamá y Jamaica, lo que incrementaría notablemente su comprensión de la lucha libertaria de los mambises cubanos y su admiración por el Maestro.

   Prueba de ese afecto es que luego de la infortunada caída de Martí en Dos Ríos, en 1895, Panchito escribiría a su hermano Maxito: “¿Te acuerdas de Martí? ¡Qué grande era en las pequeñeces! […], cuando más íntimamente se le trataba, más grande se le encontraba. Así debemos nosotros ser y la línea de conducta igual en los distintos caminos por los que nos conduzca el deber”.

   Pero esa admiración también había sido reciprocada por Martí, quien llegó a decir del joven que era “ la criatura humana de menos imperfecciones que había conocido”.

   Cuando ya se había iniciado la Guerra del 95, en contra de la voluntad del joven de 19 años, Máximo Gómez decidió dejar a Panchito en Dominicana al cuidado de la familia y los negocios de su finca. Apesadumbrado por no estar en Cuba, directamente en la contienda, escribió a su padre a principios de 1896: 

   “Me avergüenzo cada día de ver cómo se me celebra por dondequiera que voy por ser el hijo de usted, sin que en realidad merezca yo tales deferencias, me siento, papá, muy pequeño, hasta que yo no haya dado la cara a la pólvora y a la muerte, no me creeré hombre. El mérito no puedo heredarlo, hay que ganarlo”.

   La decisión fervorosa que evidenciaban las palabras de su hijo, convenció al viejo combatiente, quien envió a uno de sus hombres a Dominicana para trajera a Cuba a Panchito, lo que se logró hacer, después de muchas vicisitudes, en la expedición organizada por el Mayor General Juan Rius Rivera, en el vapor Three Frinds, que desembarcó por las costas de Pinar del Río el 8 de septiembre de 1896.  

   Según señala la enciclopedia digital cubana EcuRed (ecured.cu), fue designado ayudante del Mayor General Antonio Maceo y asistió a los combates de Montezuelo y Tumbas de Estorino el 24 y 26 de septiembre de 1896, pero su bautismo de fuego resultó ser el de Ceja del Negro el 4 de octubre de 1896, pues fue “donde disparé al enemigo por primera vez”, como diría después en una carta a su madre.

   A este enfrentamiento siguieron los de Galalón, El Rubí y El Rosario. El primero de diciembre de 1896 fue ascendido a capitán, y en la acción de Bejerano (también conocida como La Gobernadora), el 3 de diciembre de 1896, recibió una herida en el hombro izquierdo, pero ya al día siguiente acompañó a Maceo en el cruce de la trocha de Mariel a Majana.

   Sólo tres cuatro días después de resultar herido, se produjo el infausto combate de San Pedro, el 7 de diciembre de 1896, por lo que recibió la orden de mantenerse en el campamento, pues tenía un brazo en cabestrillo debido a la herida.

   A pesar de ello, al conocerse la caída de su jefe, partió hacia adonde éste se encontraba, y cayó a su lado, mientras las tropas cubanas intentaban rescatar el cadáver del Mayor General Antonio Maceo. Tenía solamente 20 años de edad cuando pasó a integral la larga lista de los héroes y mártires de la Patria.

  Panchito Gómez Toro legó a los cubanos, y sobre todo a los más jóvenes, un proverbial ejemplo de patriotismo y fidelidad.


Fidel: un genio universal

Fidel: un genio universal

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, noviembre 29, 2016)

Sólo algunos ignorantes, intelectuales mediocres, reaccionarios acérrimos o aferrados enemigos de la igualdad entre los hombres y los pueblos, pueden desconocer o demeritar la genialidad filosófica de Fidel Castro.

También, los cubanos «del montón», como decimos popularmente, nos hemos acostumbrado a valorarlo solamente como el promotor de la Revolución Cubana que nos dio justicia, igualdad, salud y educación gratuitas para todos o desarrollo cultural y deportivo, o el valiente gobernante capaz de enfrentar durante más de medio siglo la obstinada oposición del más poderoso imperio de la historia, o el inspirador y principal gestor junto a Hugo Chávez del movimiento por la integración de los pueblos de Latinoamérica y el Caribe.

Sin embargo, en las horas transcurridas desde su desaparición física, no de sus ideas, que estoy seguro la historia valorará en su justa dimensión, la cantidad de materiales transmitidos por la radio y la televisión nacionales, y por diversos medios de difusión internacionales, han recordado a quienes peinamos canas o evidenciado para los más jóvenes, el alcance universal del pensamiento del líder de la primera revolución socialista del hemisferio occidental.

Sus intervenciones medulares en foros tan importantes como las asambleas de la ONU, las reuniones de los Países No Alineados o las Cumbres Iberoamericanas, entre otros, nos recuerdan o nos evidencian que la anchura filosófica de las ideas de Fidel sobrepasa con creces el marco de un país e incluso, de un continente.

Para aquilatar la trascendencia de sus ideas sobre el presente y el futuro de la humanidad, me perecen insuficientes, incompletas, las citas textuales de partes de sus discursos. Hay que leerlos, releerlos o escucharlos completos, en su integralidad orgánica y filosófica.

Y es que Fidel no se limitó, en su larga y sistemática lucha por más de medio siglo en defensa de los desposeídos, a abordar problemas que sólo atañen a los cubanos y americanos, dicho esto último en un sentido continental.

Su prédica revolucionaria, visionaria y filosófica fue mucho más allá.

Los vitales problemas de la preservación del medio ambiente para la existencia de la humanidad, sobre los cuales fue el primero en alertar en la Cumbre en torno a esa temática efectuada en Río de Janeiro en 1992, el intercambio desigual entre los países desarrollados y subdesarrollados y la necesidad de reordenar la Organización de Naciones Unidas para que cumpla sus funciones como organismo representativo de los intereses de todos los países del mundo, fueron, entre otros, temas esenciales en los cuales se centró y brilló la valiente oratoria del líder cubano.

Ello lo convirtió en uno de los más preclaros gobernantes del mundo, y su filosofía, sus ideas, quizás ahora más que nunca, tienen un alcance universal que sólo la historia podrá aquilatar en toda su magnitud.

 

Soler Puig: una figura encumbrada de la narrativa cubana

Soler Puig: una figura encumbrada de la narrativa cubana

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, noviembre 10 de 2016)

El prestigioso intelectual uruguayo Mario Benedetti (poeta, novelista, ensayista, periodista y dramaturgo), al referirse a los homenajes que en 1976 se rindieron en Santiago de Cuba a José Soler Puig por el aniversario 60 de su natalicio, escribía en un artículo publicado en la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana:

«¿Quién es este novelista, que de tal manera convoca el entusiasmo de los santiagueros y sin embargo es sólo medianamente conocido en el resto su país, y virtualmente ignorado en América Latina ? ¿Será que sus temas y desarrollos, tan estrictamente santiagueros, le quitan vigencia para lectores de otras procedencias? ¿O acaso su obstinada permanencia en Santiago lo confina a un destino de escritor provinciano?

Y seguidamente el prolífico escritor sudamericano respondía a esas interrogantes con un vaticinio que el tiempo ha ido haciendo realidad: «Ninguna de estas explicaciones me satisface, y sinceramente pienso que muy pronto Soler será valorado como uno de los grandes nombres de la novela latinoamericana».

Ciertamente, el tránsito por el mundo de la literatura resultó embarazoso para el santiaguero José Soler Puig, quien a pesar de haber sido desde su juventud un lector apasionado, un autodidacta con genuina vocación de escritor, tuvo que hacer sus primeros intentos literarios en medio de los avatares que imponía la vida a un hombre de origen humilde en la etapa seudorrepublicana que sufrió Cuba, en un largo un período que abarcó casi todas las primeras seis décadas del siglo XX.

Soler había nacido en Santiago de Cuba el 10 de noviembre de 1916, hace hoy precisamente un siglo y, desde muy joven, para buscar su sustento, tuvo que realizar diversas labores y oficios, entre ellos vendedor ambulante, pintor de brocha gorda, jornalero agrícola y obrero fabril, pero nunca lo abandonó su acendrada inclinación por la creación literaria.

 También, por estas mismas razones de trabajo, se vio precisado a vivir temporalmente en lugares tan distantes y diversos como Guantánamo, la antigua Isla de Pinos (hoy Isla de la Juventud), Gibara y La Habana, aunque, siempre, retornó a su amado Santiago de Cuba, cuya rica historia y vivencias constituyen la médula de su obra literaria.

Al triunfar la Revolución Cubana en 1959, gesta libertaria en la que había participado en la clandestinidad como colaborador del Movimiento 26 de Julio, Soler se trasladó hacia La Habana, donde comenzó a escribir para la radio y el cine.

Apenas un año después, en 1960, cuando aún era un escritor casi desconocido, sorprendió a la inmensa mayoría de los especialistas literarios al alcanzar el premio de novela en el primer concurso convocado por la recién inaugurada Casa de las Américas, con «Bertillón 166», que posteriormente ha sido editada varias veces en Cuba y se ha traducido a varios idiomas, por constituir una obra emblemática de la novelística cubana en la etapa revolucionaria.

También era llamativo que ese prestigioso lauro lo logró el santiaguero cuando estaba ya próximo a cumplir los 44 años, lo que resultaba algo poco común entre los escritores, que por lo general «debutan» o dan a conocer sus obras a una edad más temprana.

En los años posteriores, Soler Puig escribió varias obras de teatro y se desempeñó como guionista en la radio y el cine, pero, indudablemente, fueron sus novelas las que le dieron un gran prestigio como escritor.

A Bertillón 166, siguieron otras como En el año de enero (1963), El Caserón (1964), El derrumbe (1964), El pan dormido (1975), Un mundo de cosas (1982), El nudo (1983), Una mujer (1987), Año nuevo, (1989) y Ánima sola (1996).

Estas obras integrarían un ciclo novelístico que hizo merecedor a Soler Puig de múltiples reconocimientos, entre ellos el Premio Anual de la Crítica Literaria en 1982, por su novela Un mundo de cosas, y el Premio Nacional de Literatura (1986), por su trayectoria como narrador.

Soler falleció en su natal Santiago de Cuba el 30 de agosto de 1996, a la edad de 79 años.

En ocasión de cumplirse hoy 10 de noviembre un siglo de su natalicio, en su natal Santiago y en las instituciones culturales de toda Cuba se ha desarrollado una jornada de homenaje al prestigioso novelista, con el propósito fundamental de contribuir a difundir aún más su obra.

Estas modestas líneas se suman al merecido reconocimiento que se tributa a la memoria de José Soler Puig, una de las figuras encumbradas de la narrativa cubana en la segunda mitad del siglo XX.

 

El primer partido oficial jugado por Maradona

El primer partido oficial jugado por Maradona

 

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, octubre 20 de 2016) 

   Hoy se cumplen cuatro décadas de los inicios en el fútbol profesional de uno de los jugadores al que todos consideran entre los más grandes de todos los tiempos, Diego Armando Maradona, quien hizo su debut en el más universal de los deportes el 20 de octubre de 1976, con apenas 15 años de edad, al jugar ese día ya en la Primera División de Argentina con el equipo “Argentinos Juniors”.

   Cuando buscaba datos sobre aquel acontecimiento, encontré en una página web del país sudamericano (dxtv.gob.ar) algunas anécdotas interesantes, narradas por quienes tuvieron el privilegio de ser testigos de los primeros pasos del genio que una década después conduciría a Argentina al título en la Copa Mundial celebrada en México en 1986.

   Cuentan que Argentinos Juniors perdía 1-0 contra Talleres de Córdoba y, en el entretiempo, el entrenador de los primeros se acercó a un chico de apenas 15 años que ya muchos consideraban como la mayor promesa del fútbol argentino: Diego Armando Maradona.

   En un tono cálido le dijo: “Vaya, pibe. Juegue como usted sabe y, si puede, tire un caño (túnel, pasarle la pelota entre las piernas al defensor)”.

   Y así fue como en una fecha como la de hoy, pero hace 40 años, Maradona se inició en la máxima división del fútbol argentino.

   Con la camiseta número 16, el luego llamado “Pelusa” o “Pibe de Oro”, ingresó al campo de juego en el segundo tiempo del partido, como sustituto de Rubén Giacobetti, y en la primera pelota que tocó… le hizo un caño a su marcador, Juan Cabrera.

  “La pelota pasó limpita y enseguida escuché el ‘ooooole’ de los hinchas, como una bienvenida”. Así recordó aquella jugada años después Maradona en su libro “Yo soy el Diego de la gente”.

   La citada fuente añade que Argentinos Juniors terminó perdiendo el encuentro, pero los periodistas de la época contaron que, a partir del ingreso de Maradona, cambió el partido y Talleres de Córdoba, que tenía como figuras a Luis Galván, José Valencia y Daniel Willington, terminó acorralado contra su arco.

   Aquel 20 de octubre de 1976, el Argentinos Juniors formó con los jugadores Carlos Munutti, Alfonso Roma, Ricardo Pellerano, Miguel Gette, Humberto Minutti, Carlos Fren, Rubén Giacobetti (en el segundo tiempo entró Diego Maradona), Mateo di Donato, Jorge López, Carlos Álvarez y Sebastián Ovelar (a los 26 minutos del segundo tiempo entró Ibrahim Hallar).

   Y el relato de la web argentina finaliza con estas palabras: “Aunque en ese momento no lo supieran, esos jugadores -de alguna manera- también quedaron en la historia, porque fueron testigos privilegiados del debut del mejor jugador de fútbol de todos los tiempos”.

   A partir de aquella fecha, Maradona desarrolló una carrera deportiva que se extendió durante 21 años como jugador activo (octubre de 1976-octubre de 1997) y su accionar como mediocampista y goleador fue tan brillante que no son pocos los técnicos, futbolistas y periodistas especializados de todo el mundo que lo consideran el mejor jugador de la historia o, al menos, lo incluyen siempre entre los más encumbrados.

   Aunque obtuvo infinidad de éxitos, sus resultados más significativos los logró con la selección nacional argentina, con la que ganó la Copa Mundial efectuada en México (1986). Allí Diego brilló con su mayor esplendor

al anotar cinco goles y dar cinco asistencias a sus compañeros en los siete partido efectuados por su equipo.

   Entre los hechos más relevantes de aquel Mundial, se recuerdan sus dos goles en el histórico triunfo contra Inglaterra en cuartos de final, conocidos como “La mano de Dios” y “el Gol del Siglo”. 

   También jugó un rol esencial en el equipo de Argentina que alcanzó el subcampeonato en la Copa Mundial de 1990 (Italia) y fue campeón en el  Mundial Juvenil en 1979, además poseer el récord de ser cinco veces máximo goleador del campeonato de la nación sudamericana.

   Sus logros más importantes a nivel de clubes los obtuvo cuando jugaba para el Nápoli, en la Liga Italiana, en la cual ganó una Copa de la UEFA y los únicos dos scudettos (títulos) que posee la institución. 

El mayor zarpazo territorial del pujante imperio yanqui

El mayor zarpazo territorial del pujante imperio yanqui

 Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, mayo 13 de 2016)

   Un día como hoy, 13 de mayo, pero de 1846, hace ahora 170 años, comenzó la denominada Guerra Mexicano-Estadounidense, que se extendió hasta febrero de 1848 y propició a la naciente y pujante potencia imperial yanqui extender extraordinariamente sus fronteras territoriales.

   Para tener una idea de la significación histórica de aquel acontecimiento, basta conocer que posibilitó a Estados Unidos arrebatar a México nada menos que unos dos millones 378 mil kilómetros cuadrados de su territorio norteño, más de la mitad de la extensión total que poseía el país azteca y equivalente, aproximadamente, a 21 veces la superficie del archipiélago cubano.

   Las ansias expansionistas del gigante norteño habían comenzado a manifestarse desde su surgimiento como nación, cuando debido a la Guerra de la Independencia de Estados Unidos, Inglaterra se viera obligada en 1783 a reconocer la soberanía de las 13 colonias británicas, que después de varios años de negociaciones, acordaron redactar una constitución para crear un gobierno federal único. Se elaboró y aprobó la Constitución de 1787 y posteriormente se convocaron las elecciones que en 1789 eligieron a George Washington como el primer presidente de los Estados Unidos.

   Ya en 1803 la nueva nación adquiere a Luisiana mediante su compra a Francia y en 1819 a la península de la Florida, cedida por España.

   Pero el acontecimiento que nos ocupa, la Guerra Mexicano-Estadounidense, tiene su antecedente más inmediato en el conflicto que se originó en Texas, territorio perteneciente a México y fronterizo con la nueva nación norteña.

   México había logrado su independencia de España en 1821, y apenas cuatro años después (1825) el gobierno de Estados Unidos intenta anexionarse a Texas con el ofrecimiento de un millón de dólares por la compra de ese territorio. La propuesta se elevó a cinco millones dos años después, pero en ambos casos fue rechazada por México.

   Hacia 1834, con el permiso del gobierno mexicano, muchos colonos estadounidenses se habían establecido en Texas, que aún formaba parte de México, “invasión pacífica” que comenzó a generar muchas contradicciones, entre otras razones porque los colonos querían mantener la esclavitud, que México no admitía en su territorio, se negaban a pagar impuestos y tenían desavenencias con los nativos mexicanos.

   Después de varias luchas intestinas en ese territorio, Texas declaró su independencia de México en 1836. Sólo un mexicano, Lorenzo de Zavala, participó en aquella trascendental decisión, pues todos los demás eran los denominados “texanos mexicanos rebeldes” (originarios de varios estados de Estados Unidos).

   Hubo enfrentamientos con los militares mexicanos, pero, tras sufrir varias derrotas (la más conocida fue la batalla de El Álamo), los texanos rebeldes vencieron finalmente en la batalla de San Jacinto a las tropas mexicanas, al mando de las cuales estaba nada menos que el por aquel entonces presidente de la nación azteca, el famoso militar y político mexicano Antonio López Santa Anna, quien fue echo prisionero y tuvo que firmar en prisión el Tratado de Velasco, que reconocía la independencia del nuevo estado y la frontera entre ambas naciones en el río Bravo.

   México desconoció la validez del Tratado, la independencia de Texas y el nuevo límite fronterizo (el límite entre los estados de Tamaulipas y Texas era el río Nueces). En los años siguientes se produjeron algunas incursiones militares de tropas mexicanas que llegaron a ocupar San Antonio, pero que acabaron replegándose en cada ocasión al sur del río Bravo.

   En 1845 Texas ingresó como parte de los Estados Unidos con categoría de estado, y ese evento desencadenó los sucesos que habrían de conducir poco después a la guerra.

   Según datos consignados en la enciclopedia digital Wikipedia (wikipedia.org), “el envío de tropas por el presidente estadounidense James K. Polk al territorio disputado en la frontera texana, entre el río Bravo y el río Nueces, acabó desembocando en el primer enfrentamiento entre tropas de ambos países, que se produjo el 25 de abril de 1846 al norte del río Bravo, en el lugar llamado Rancho de Carricitos, cuando una patrulla estadounidense de 63 hombres, al mando del capitán Seth Thornton, que estaba en misión de exploración, fue emboscada por fuerzas al mando del general Anastasio Torrejón.

   Este enfrentamiento le dio a James Polk el motivo para pedir la declaración de guerra contra México, por lo que el Congreso de los Estados Unidos declaró la guerra a México el 13 de mayo de 1846, lo que le permitiría conservar Texas y apropiarse de los codiciados y ricos territorios de Alta California y Nuevo México como “indemnización de guerra”.    

   Aquella confrontación armada fue desigual, debido fundamentalmente a la desunión de los mexicanos y al armamento mucho más moderno utilizado por los estadounidenses ante las armas obsoletas de los nacionales, lo que posibilitó el triunfo de los norteños y la invasión de casi todo el territorio del país azteca.

   El sitio digital historiademexicobreve.com resume el conflicto en estos términos: “La guerra México-Americana fue una guerra perdida desde el comienzo de la misma, una división fratricida por el poder, aún y cuando el país estaba siendo mutilado. La falta de apoyo de algunos estados mexicanos, que en esa época conformaban el país 19, y de los cuales solo 7 aportaron armas y dinero, agravaron más el conflicto. La falta de nacionalismo y unión fue finalmente lo que venció más allá de la fuerza del invasor”.

   La guerra terminó con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo y la desocupación de la capital de México, hasta la que habían llegado las tropas yanquis, a partir del 2 de febrero de 1848.    

   Había concluido así, con la gran expansión de la superficie de la nación estadounidense a costa de México señalada al comienzo de este artículo, el mayor “zarpazo” territorial del naciente y pujante imperio yanqui.

La brillante actriz Violeta Casal y su más meritoria actuación

La brillante actriz Violeta Casal y su más meritoria actuación

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, marzo 26 de 2016)

   El 26 de marzo de 1916, hace hoy exactamente un siglo, nació en la ciudad de Matanzas Violeta Casal Díaz, quien en su juventud se graduaría de Doctora en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana y también cursaría estudios en la Academia de Arte Dramático (ADAD).

  Aunque sus inicios laborales fueron como profesora de Ciencias Sociales en la sesión nocturna de la Escuela Normal para maestros de La Habana, siempre simultaneaba esa función docente con la de actriz de radio y del Teatro Universitario, afición esta última que resultó ser su gran vocación.

   Compañeros de profesión que tuvieron la oportunidad de conocerla y trabajar junto a ella, como la destacada actriz y locutora Margarita Balboa y el prestigioso  director de teatro y televisión Antonio Vázquez Gallo, recordaban que ya en las décadas de los años 40 y 50 Violeta era una brillante actriz de la radio y el teatro cubanos.

   Según una biografía suya publicada en la enciclopedia digital cubana EcuRed (ecured.cu), entre las obras en las que actuó en esa época para el Patronato del Teatro figuran Arsénico para los viejos (1942), El deseo bajo los olmos (1943), Un tranvía llamado deseo (rol de Estela, 1948), Theresa, de Zola-Jov (1949), con la que obtuvo el codiciado Premio Talía, y La hora radiante, de K Winter (1951).

   También tuvo participación destacada en obras presentadas en el Teatro Universitario Medea, como Mariana Pineda, de Lorca (1950), Juana de Castilla, de H. Rothe (1951) y Una choza para tres, de Roussin (1956).

   Con el grupo Las Máscaras protagonizó, de Federico García Lorca, Yerma (1950) y Bodas de sangre (1951), y para la Sala Prometeo, La voz humana, de Cocteau (1949), y La dama del trébol, de Arout (1955). Inauguró la sala Arlequín con la pieza Veinticuatro rosas rojas, de Mario Benedetti, en 1957, y luego Espíritu burlón, de N. Coward, (1958).

   La ya consagrada actriz Violeta Casal también actuó en México y Guatemala, con el Teatro Universitario y en España, con la compañía de Martínez Trives.

   Pero sus ideas revolucionarias y el apoyo a la lucha armada que protagonizaban los barbudos dirigidos por Fidel Castro en la Sierra Maestra le ocasionaron problemas a la bella y prestigiosa actriz, quien luego de su participación en la Huelga del 9 de Abril sufrió persecuciones que determinaron su decisión, en agosto de 1958, de subir a la Sierra Maestra y unirse a las tropas insurrectas.

   Aunque según cuentan sus amistades de entonces su intención inicial era trabajar como maestra en las zonas ocupadas por los rebeldes, Fidel, conocedor de sus aptitudes como actriz de la radio y el teatro, le dijo:”No, tú debes ir para Radio Rebelde”, (la emisora de las fuerzas del Ejército Rebelde, que había sido fundada en la Sierra Maestra por el inolvidable Comandante Ernesto Che Guevara, el 24 de febrero de 1958, y transmitía fundamentalmente partes sobre las acciones de los insurrectos y argumentos sobre los objetivos de su lucha).

    La distinguida actriz Violeta Casal Díaz protagonizó, entonces, la más meritoria y enaltecedora actuación de su historia, al unirse al grupo de locutores que laboraban en la planta radial revolucionaria, entre ellos los fundadores Luis Orlando Rodríguez (director) y los locutores Orestes Valera, Ricardo Martínez y Jorge Enrique Mendoza.

   Cito a mi colega Angélica Paredes López, quien en una hermosa crónica publicada en la página digital de la actual emisora Radio Rebelde (radiorebelde.icrt.cu), escribió:

 “Cuando la voz de Violeta Casal vibraba en la Sierra Maestra con la emblemática presentación: “Aquí, Radio Rebelde…”, su fuerza estremecía a un pueblo, cansado de escuchar novelas de ficción y anuncios comerciales, y sí muy necesitado de informarse acerca de la epopeya de retar a una tiranía oligárquica y sanguinaria, proeza narrada en la propia voz de los protagonistas que surgían como héroes.

  “Y el pueblo cubano pegó su oído a aquella propuesta de prédica martiana y de absoluta veracidad informativa. En la planta transmisora, riesgosamente trasladada hacia la Sierra Maestra, estaba el corazón de la Patria.”

   Luego del triunfo de la Revolución el Primero de Enero de 1959, Violeta Casal ocupó diversas responsabilidades, entre ellas la de directora de la prestigiosa emisora, que ha conservado el histórico nombre de Radio Rebelde hasta nuestros días.

   Violeta falleció en La Habana el 28 de octubre de 1992, para pasar a la inmortalidad en nuestra historia como un honroso símbolo de la locución femenina cubana.

 


Di Stéfano: única superestrella del fútbol que nunca jugó una Copa Mundial

Di Stéfano: única superestrella del fútbol que nunca jugó una Copa Mundial

Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, 4 de julio de 2016)

Para aquilatar la monumental calidad futbolística del argentino Alfredo Di Stéfano, basta señalar que pese a no haber jugado nunca en una Copa Mundial, es considerado por la mayoría de los especialistas entre los más grandes jugadores de todos los tiempos, junto a figuras tan encumbradas como el también argentino Diego Armando Maradona, el brasileño Pelé y el holandés Johan Cruyff.

Este cuatro de julio, fecha en que se cumplen 90 años de su natalicio en Barracas, Buenos Aires, es oportuno recordar su deslumbrante trayectoria en el más universal de los deportes.

Recién cumplidos los 19 años Di Stéfano debutó como futbolista profesional el 15 de julio de 1945 con el laureado club River Plate, de la capital argentina. Fue ese el único partido que jugó en el torneo, en el cual su equipo terminó coronándose campeón.

Al año siguiente fue cedido al Huracán, club que ya se había percatado de su inmenso potencial, y en el cual disputó 25 partidos y anotó 10 goles. En 1947, dada la fortuna que se pidió por su pase definitivo y que el Huracán no pudo pagar, volvió al River Plate.

Ese año consiguió el campeonato y se consagró goleador del torneo con 27 tantos en 30 partidos. Fue también en 1947 el año en que integró la selección argentina que ganó el Campeonato Sudamericano en Guayaquil, Ecuador, en el cual jugó seis partidos con igual cantidad de goles.

En total, Di Stéfano jugó con el River Plate cuatro temporadas (1945, 47, 48 y 49) en las cuales participó en 90 partidos y anotó 55 goles, para un buen promedio de 0.61 anotación por juego.

Durante 1949 se inició en Argentina una huelga de jugadores y Di Stéfano emigró hacia el fútbol colombiano, donde fue fichado por el famoso club Millonarios, de Bogotá, donde evidenció aún con más fuerza sus dotes de extraordinario goleador y jugador en sentido general, al computar en cuatro temporadas (1949-52) nada menos que 100 goles en 111 partidos, para un fantástico promedio de 0.90, casi una anotación por juego.

Pero el clímax de su fama sobrevendría a partir de su llegada a España, donde luego de una controvertida y larga discusión por su fichaje entre el Barcelona y el Real Madrid, el club de la capital española logró apoderarse del formidable goleador argentino.

Tanta fue la trascendencia del paso de Alfredo Di Stéfano por el Real Madrid, que laenciclopedia digital española lo califica en estos términos: «La mayoría de los historiadores y aficionados están de acuerdo en afirmar que su fichaje por el club madrileño, al que llegó con 27 años y siendo casi un desconocido en Europa, cambió el rumbo del fútbol español y del viejo continente. Hasta la llegada del futbolista a la capital, el F. C. Barcelona era el dominador del país, mientras que los madrileños, en cambio, no lograban ganar la Liga desde hacía 20 años.

«Con la llegada de Di Stéfano, «los blancos» consiguieron vencer en ocho de las siguientes once ligas (en 1954, 1955, 1957, 1958, 1961, 1962, 1963, y 1964) y en el Campeonato de España-Copa del Generalísimo (en 1962), situándose como el equipo referencia a batir en España».

Internacionalmente, las extraordinarias demostraciones de Di Stéfano fueron decisivas también para que el Real Madrid ganara cinco Copas de Europa consecutivas (entre 1955 y 1959), además de dos subcampeonatos, marca aún no igualada.

En 11 temporadas, el colosal «Saeta Rubia», como apodaban al argentino,  jugó con el «club merengue» un total de 396 partidos oficiales en los que anotó 307 goles que le llevaron a ser considerado como el mejor futbolista de la época.

Pese a haber ganado dos Balones de Oro (1957 y 59), entre otras muchas distinciones que por su calidad como futbolista lo hicieron merecedor de figurar posteriormente como uno de los cuatro mejores jugadores de todos los tiempos, Alfredo Di Stéfano no tuvo nunca la dicha de participar en la Copa Mundial, máxima competición en el más universal de los deportes.

Cuando jugaba con la selección argentina, por discrepancias con la Federación brasileña, su equipo no asistió a la Copa efectuada en Brasil en 1950, en la celebrada en Suiza (1954) no pudo participar defendiendo a España, país en el que jugaba, porque aún no tenía la ciudadanía de esa nación, y en la de Suecia (1958), cuando ya era ciudadano español desde 1956, porque España no clasificó.

Muy mala suerte la del prestigioso delantero argentino-español.

A la edad de 88 años, Di Stéfano falleció en Madrid el 7 de julio de 2014, y desde el 2000 era el Presidente de Honor del Real Madrid.

En ocasión de cumplirse este 4 de julio el aniversario 90 de su natalicio, estas líneas están dedicadas a rendir un modesto homenaje a su memoria.