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José Antonio Méndez, "el King" o "el Ronco Maravilloso"

José Antonio Méndez, "el King" o "el Ronco Maravilloso"

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, junio 21 de 2017)

Este 21 de junio se cumple el aniversario 90 del natalicio del compositor, guitarrista e intérprete de la música popular cubana José Antonio Méndez García, quien llegó a alcanzar fama nacional e internacional fundamentalmente por la calidad de varias de sus composiciones dentro del llamado grupo o «Movimiento del Filin» (del inglés feeling-sentimiento), surgido en Cuba en la década de los años 40 del pasado siglo.

Méndez, proveniente de una familia de origen humilde, había nacido en 1927 en el reparto habanero de Los Pinos. Su padre era un obrero barnizador de muebles y su madre ama de casa que siempre se esforzó por la superación de sus hijos, a quienes enseñó las primeras letras.

Desde niño José Antonio tuvo inclinaciones por la música, que se enriquecieron al conocer en su casa a compositores de la talla de Sindo Garay, Manuel Corona y Rosendo Ruiz, entre otros. Se dedicó desde muy joven a hacer presentaciones solo como un entretenimiento o «hobby», hasta que un día creó una canción que agradó mucho a sus amigos, quienes lo incitaron a dedicarse a la composición.

En 1940, con solo 13 años de edad, se presentó en el famoso programa descubridor de talentos Corte Suprema del Arte, donde obtuvo el primer premio con la interpretación del corrido mexicano Cocula, muy de moda en aquellos años.

Pese a que su voz ronca no era la usual entre los grandes cantantes – al igual que sucedió con el inmortal Bola de Nieve – José Antonio Méndez comenzó a imponerse por su musicalidad, afinación y, luego, por sus exquisitas composiciones musicales.

Ya en 1946 compuso Por mi ceguedadSoy tan Feliz y la famosísima Novia mía,  y en 1947 otra canción inmortal, La gloria eres tú, que fue popularizada por la cantante mexicana Toña La Negra y Pedro Infante la interpretó luego en el filme Dos tipos de cuidado.

Según se apunta en una síntesis biográfica publicada en la enciclopedia digital cubana (ecured.cu), al surgir a fines de la década del 40 el grupo o Movimiento del Filin, José  Antonio Méndez fue uno de sus pilares fundamentales, junto a César Portillo de la Luz, Ángel Díaz, Ñico Rojas, Tania Castellanos, Luis Yáñez, Niño Rivera, Rosendo Ruiz (hijo), Elena Burke y Omara Portuondo, entre otros destacados  compositores, instrumentistas y cantantes cubanos.

Sobre este movimiento expresó José Antonio: «…filin quiere decir sentimiento, pero para nosotros más bien era también algo de la época nuestra, del tiempo que vivíamos. No era sutileza, sino decir algo. Uno podía tener la voz ronca, pero si enviaba un mensaje o decía algo ya tenía filin… De inmediato el término feeling o filin, porque lo españolizamos, pasó a denominar todo lo bueno, lo moderno (…) Nosotros buscábamos la espontaneidad, romper la monotonía. Para nosotros filin era tener algo propio, un sello, una onda del tiempo y del gusto, del buen gusto de la época».

Aunque, según un artículo publicado en La Jiribilla (lajiribilla.cu) por la periodista Josefina Ortega, José Antonio expresó en una ocasión: «Yo no sé fabricar una canción, por eso no soy tan fecundo que digamos (…) cuando trato de exteriorizar mis sentimientos ha existido una razón para hacerlo», legó a la música cubana y universal varias canciones antológicas interpretadas por muchos afamados cantantes de la Isla, México y otras partes del mundo.

Entre esas piezas sobresalen Ese sentimiento que se llama amorMe faltabas túSi me comprendieras y la conocida guaracha Cemento, ladrillo y arena.

Cuando gozaba de una bien ganada fama, José Antonio Méndez García falleció prematuramente en La Habana, en un lamentable accidente del tránsito ocurrido en 10 de junio de 1989, a los 62 años de edad.

Al cumplirse este 21 de junio el aniversario 90 de su natalicio, estas modestas líneas sobre su obra se suman al homenaje que hoy le rinden todos los amantes de la buena música en Cuba y en otras partes del mundo, donde su impronta como compositor es reconocida.


Darío: "El príncipe de las letras castellanas"

Darío: "El príncipe de las letras castellanas"

Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, enero 18 de 2017)

   Félix Rubén García Sarmiento era el nombre de pila de aquel gran poeta que llegó a ser conocido como “El príncipe de las letras castellanas” y llamado “Padre del Modernismo”, pero que pasó a la posteridad con el seudónimo de Rubén Darío.

   Considerado por muchos eruditos en la literatura el poeta más importante que escribió en el idioma español fuera de España, Rubén había nacido en la ciudad de Metapa, Matagalpa, en Nicaragua, el 18 de enero de 1867, hace hoy un siglo y medio.

   Fue el primer hijo del matrimonio formado por Manuel García y Rosa Sarmiento, aunque debido a desavenencias familiares, su niñez transcurrió en la ciudad de León, donde fue criado por sus tíos abuelos Félix Ramírez y Bernarda Sarmiento, a quienes consideraba en su infancia como sus verdaderos padres.

   Pese a estas adversidades, Rubén se destacó por su precocidad, pues, según sus biógrafos, aprendió a leer desde los tres años.

   Datos consignados en la enciclopedia digital cubana EcuRed (ecured.cu), indican que asistió a varias escuelas de la ciudad de León y, en los años 1879 y 1880, comienza a educarse con los jesuitas. Pronto empezó también a escribir sus primeros versos, y, apenas cumplidos los 13 años, publicó por primera vez en un periódico la elegía “Una lágrima”, que apareció en el diario El Termómetro, de la ciudad de Rivas, el 26 de julio de 1880. Por esta época también vieron la luz sus poemas “La Fe” y “El Desengaño” y colaboró con El Ensayo, revista literaria de León, alcanzando fama como "poeta niño".

   El talento de Rubén Darío nos legó una obra literaria imperecedera que influyó en centenares de escritores de América y Europa, no obstante a que su juventud y adultez también fueron convulsas y traumáticas, debido que tuvo varios amores y amoríos y se aficionó de manera desmedida al alcohol, lo que le ocasionó frecuentes problemas de salud y en los últimos años de su vida crisis psicológicas, caracterizadas por momentos de exaltación mística y por una fijación obsesiva con la idea de la muerte.

   Los especialistas han jalonado la gran obra poética de Darío, a partir de la publicación de tres libros en los que aparecen sus principales creaciones. Son ellos:

 “Azul” (1888), considerado el libro inaugural del Modernismo hispanoamericano, recoge tanto relatos en prosa como poemas, cuya variedad métrica llamó la atención de la crítica.

   “Prosas profanas y otros poemas” (1896) marca la etapa de plenitud del Modernismo y de la obra poética dariana. Este libro está constituido por una colección de poemas en los que la presencia de lo erótico es  importante, aunque no está ausente la preocupación por temas esotéricos.

   “Cantos de vida y esperanza” (1905), anuncia una línea más intimista y reflexiva dentro de su producción, sin renunciar a los temas que se han convertido en señas de identidad del Modernismo.

   Los críticos literarios que han estudiado su obra, coinciden en señalar la marcada influencia que ejerció en Darío la cultura francesa, lo que se evidencia en el volumen “Los raros”, que publicó también en 1905, donde se dedica a glosar a varios intelectuales por los que sentía gran admiración, entre los que predominan los franceses.

   Resulta significativo que en esa selección de escritores solo aparece un autor que escribió su obra en español, y es nuestro Héroe Nacional, José Martí.

   Darío reconoció la influencia que la cultura francesa ejerció en su obra al escribir: "El Modernismo no es otra cosa que el verso y la prosa castellanos pasados por el fino tamiz del buen verso y de la buena prosa franceses".

   En el propio año 1905 aparecieron además algunos de sus más conocidos poemas como “Salutación del optimista” y “A Roosevelt”, en los que destaca el carácter de la cultura hispánica frente a la creciente amenaza del imperio estadounidense. En el segundo de estos poemas, dirigido al entonces presidente de Estados Unidos, Theodore Roosvelt, Darío escribe: 

 

Eres los Estados Unidos,

eres el futuro invasor

de la América ingenua que tiene sangre indígena,

que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.

 

   Rubén Darío, citado generalmente como el iniciador y máximo representante del Modernismo hispánico, ejerció gran influencia en los poetas que le sucedieron, fue uno de los grandes renovadores del lenguaje poético en las letras hispánicas y es considerado genio lírico hispanoamericano de resonancia universal.

   Falleció el 6 de febrero de 1916 en León, ciudad donde había transcurrido su niñez, y ha recibido múltiples reconocimientos, entre los cuales sobresale su proclamación como Héroe Nacional de Nicaragua, en acuerdo adoptado por la Asamblea Nacional (Parlamento) de ese país centroamericano, en ocasión de conmemorarse en 2016 el centenario de su muerte.

 


Gabriela Mistral: primer intelectual latinoamericano con el Premio Nobel de Literatura

Gabriela Mistral: primer intelectual latinoamericano con el Premio Nobel de Literatura

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, eneto 10 de 2017)

 Lucila Godoy Alcayaga, luego mundialmente conocida por el seudónimo de Gabriela Mistral, había nacido el 7 de abril de 1889 en Vicuña, región de Coquimbo, Chile, y era hija del maestro de escuela Juan Jerónimo Godoy y de la modista Petronila Alcayaga.

   Según datos biográficos que aparecen en varios sitios de Internet, su infancia y juventud estuvieron marcadas por hechos traumáticos como el abandono del hogar por el padre cuando aún sólo tenía 3 años y, más tarde, el suicidio de su novio, el obrero ferroviario Romelio Ureta Carvajal.

   Estas adversidades no impidieron que la joven Lucila fuera logrando una sólida formación cultural autodidacta, en la cual influyeron las enseñanzas de su hermanastra Emelina Molina Alcayaga, mucho mayor que ella, la labor que desde muy jovencita fue desempeñando como maestra en varias escuelas, y su amistad con el periodista Bernardo Ossandón, quien le permitió acceder libremente a su magnífica biblioteca y le brindó orientación para que Gabriela publicara en el periódico El Coquimbo sus primeros artículos y poemas, todavía con el nombre de Lucila Godoy.

   En 1908 Lucila figuraba ya en la antología Literatura Coquimbana, de Carlos Soto Ayala. Continuó escribiendo y, paralelamente, en 1910, rindió examen en la Escuela Normal de Santiago y fue profesora de primaria en Barrancas. Luego, en 1912, se trasladó al Liceo de Antofagasta, donde enseñó Historia y además fue inspectora general. Ese mismo año fue nombrada inspectora y profesora de Castellano en el Liceo de Los Andes.

  Sus progresos en la profesión docente iban aparejados con el desarrollo de su producción literaria, que incrementaba notablemente su calidad.

  Pero su primer gran éxito literario fuera del ámbito regional ocurrió en diciembre de 1914, cuando obtuvo el Primer Premio en el concurso de literatura de los “Juegos Florales” de Santiago de Chile, con sus Sonetos de la Muerte. A partir de entonces comenzó a utilizar el seudónimo de Gabriela Mistral, según algunos de sus biógrafos en homenaje a dos de sus poetas favoritos, el italiano Gabriele D’Annunzio y el francés Frédéric Mistral.

  Se inició, con ese triunfo, la etapa más fecunda de su carrera literaria, que entre otros libros de poemas o títulos incluye Desolación, Lecturas para mujeres, Ternura, Tala, Todas íbamos a ser reinas, Antología, Lagar, Poema de Chile, Almácigo y Niña errante.

   Muchos especialistas literarios y estudiosos de su obra poética coinciden en señalar que tenía tendencias modernistas en sus inicios, pero luego derivó hacia un estilo muy personal, de gran originalidad, con un lenguaje coloquial y simple, de gran musicalidad y un simbolismo muy conectado a las tradiciones folclóricas de su tierra.

  A su fructífero quehacer como pedagoga, poeta y escritora, la eminente intelectual chilena sumó también una vida muy activa como diplomática en varios países del mundo. Fue, además, una defensora de los derechos de la mujer, amante de los niños (a quienes fue dirigida buena parte de su obra) y una opositora activa del fascismo.

  Entre sus más altos reconocimientos, además del Premio Nobel de Literatura, en 1945, figuran el de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Florencia, el Mills College de California (1947) y la Universidad de Columbia (1954), y el Premio Nacional de Literatura de Chile (1951).

  Gabriela Mistral falleció 10 de enero de 1957, hace hoy 60 años, en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos.

   Con posterioridad otros cinco escritores latinoamericanos recibirían el Premio Nobel de Literatura. Ellos fueron Miguel Ángel Asturias (Guatemala) en 1967, Pablo Neruda (Chile, 1971), Gabriel García Márquez (Colombia, 1982), Octavio Paz (México, 1990) y Mario Vargas Llosa (Perú, 2010). 

 

 

 

 

 


Soler Puig: una figura encumbrada de la narrativa cubana

Soler Puig: una figura encumbrada de la narrativa cubana

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, noviembre 10 de 2016)

El prestigioso intelectual uruguayo Mario Benedetti (poeta, novelista, ensayista, periodista y dramaturgo), al referirse a los homenajes que en 1976 se rindieron en Santiago de Cuba a José Soler Puig por el aniversario 60 de su natalicio, escribía en un artículo publicado en la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana:

«¿Quién es este novelista, que de tal manera convoca el entusiasmo de los santiagueros y sin embargo es sólo medianamente conocido en el resto su país, y virtualmente ignorado en América Latina ? ¿Será que sus temas y desarrollos, tan estrictamente santiagueros, le quitan vigencia para lectores de otras procedencias? ¿O acaso su obstinada permanencia en Santiago lo confina a un destino de escritor provinciano?

Y seguidamente el prolífico escritor sudamericano respondía a esas interrogantes con un vaticinio que el tiempo ha ido haciendo realidad: «Ninguna de estas explicaciones me satisface, y sinceramente pienso que muy pronto Soler será valorado como uno de los grandes nombres de la novela latinoamericana».

Ciertamente, el tránsito por el mundo de la literatura resultó embarazoso para el santiaguero José Soler Puig, quien a pesar de haber sido desde su juventud un lector apasionado, un autodidacta con genuina vocación de escritor, tuvo que hacer sus primeros intentos literarios en medio de los avatares que imponía la vida a un hombre de origen humilde en la etapa seudorrepublicana que sufrió Cuba, en un largo un período que abarcó casi todas las primeras seis décadas del siglo XX.

Soler había nacido en Santiago de Cuba el 10 de noviembre de 1916, hace hoy precisamente un siglo y, desde muy joven, para buscar su sustento, tuvo que realizar diversas labores y oficios, entre ellos vendedor ambulante, pintor de brocha gorda, jornalero agrícola y obrero fabril, pero nunca lo abandonó su acendrada inclinación por la creación literaria.

 También, por estas mismas razones de trabajo, se vio precisado a vivir temporalmente en lugares tan distantes y diversos como Guantánamo, la antigua Isla de Pinos (hoy Isla de la Juventud), Gibara y La Habana, aunque, siempre, retornó a su amado Santiago de Cuba, cuya rica historia y vivencias constituyen la médula de su obra literaria.

Al triunfar la Revolución Cubana en 1959, gesta libertaria en la que había participado en la clandestinidad como colaborador del Movimiento 26 de Julio, Soler se trasladó hacia La Habana, donde comenzó a escribir para la radio y el cine.

Apenas un año después, en 1960, cuando aún era un escritor casi desconocido, sorprendió a la inmensa mayoría de los especialistas literarios al alcanzar el premio de novela en el primer concurso convocado por la recién inaugurada Casa de las Américas, con «Bertillón 166», que posteriormente ha sido editada varias veces en Cuba y se ha traducido a varios idiomas, por constituir una obra emblemática de la novelística cubana en la etapa revolucionaria.

También era llamativo que ese prestigioso lauro lo logró el santiaguero cuando estaba ya próximo a cumplir los 44 años, lo que resultaba algo poco común entre los escritores, que por lo general «debutan» o dan a conocer sus obras a una edad más temprana.

En los años posteriores, Soler Puig escribió varias obras de teatro y se desempeñó como guionista en la radio y el cine, pero, indudablemente, fueron sus novelas las que le dieron un gran prestigio como escritor.

A Bertillón 166, siguieron otras como En el año de enero (1963), El Caserón (1964), El derrumbe (1964), El pan dormido (1975), Un mundo de cosas (1982), El nudo (1983), Una mujer (1987), Año nuevo, (1989) y Ánima sola (1996).

Estas obras integrarían un ciclo novelístico que hizo merecedor a Soler Puig de múltiples reconocimientos, entre ellos el Premio Anual de la Crítica Literaria en 1982, por su novela Un mundo de cosas, y el Premio Nacional de Literatura (1986), por su trayectoria como narrador.

Soler falleció en su natal Santiago de Cuba el 30 de agosto de 1996, a la edad de 79 años.

En ocasión de cumplirse hoy 10 de noviembre un siglo de su natalicio, en su natal Santiago y en las instituciones culturales de toda Cuba se ha desarrollado una jornada de homenaje al prestigioso novelista, con el propósito fundamental de contribuir a difundir aún más su obra.

Estas modestas líneas se suman al merecido reconocimiento que se tributa a la memoria de José Soler Puig, una de las figuras encumbradas de la narrativa cubana en la segunda mitad del siglo XX.

 

Mario Moreno, Cantinflas o "el Charles Chaplin de México"

Mario Moreno, Cantinflas o "el Charles Chaplin de México"

(Publicadopor Hernán Bosch en tiempo21.cu,18 de mayo de 2016)

Para tener idea de la tremenda popularidad y trascendencia alcanzado por el personaje cinematográfico de Cantinflas, fundamentalmente en los países de habla hispana, quizás baste mencionar un detalle: la Real Academia Española se vio precisada a incluir en la edición de su diccionario correspondiente al año 1992 el verbo cantinflear y las palabras cantinflas y cantinflada. Posteriormente, añadió los adjetivos cantinflesco, cantinflero y acantinflado, y el sustantivo cantinfleo.

   Por eso hoy para caracterizar a alguien que habla mucho y no dice nada coherente (personas que, lamentablemente, no son pocas), podemos decir que es un «cantinflero» o que «está cantinfleando».

  Y es que la mayor comicidad de Cantinflas radicaba esencialmente en su verborrea inagotable y desvariada, en monólogos continuos y embrollados en los que hacía gala de un delirante verbalismo que empezaba con fluidez y terminaba en balbuceos y galimatías ambiguos. Esta manera enrevesada de expresarse era particularmente notoria cuando se dirigía a personas a las que debía dinero, a mujeres que pretendía enamorar o a las autoridades que lo habían sorprendido.

   Mario Moreno Reyes, el actor que creó y encarnó al fenomenal Cantinflas, había nacido el 12 de agosto de 1911, hace hoy 105 años, en el seno de una humilde familia de un barrio pobre de la capital mexicana, por lo que en su juventud debió desempeñarse en diversos trabajos como ayudante de zapatero, limpiabotas, mandadero, cartero, taxista, boxeador y hasta torero, de los que obtuvo las experiencias necesarias para posteriormente crear su personaje de «pelado» mexicano.

   Más tarde, alrededor de 1930, entró en el mundo del arte como bailarín y comenzó a actuar en circos y en compañías de espectáculos que viajaban por todo México, en las cuales además de bailar realizaba acrobacias y otros muchos oficios.

   Pero su talento como humorista se mostraría en todo su esplendor en el cine.

   Según datos aparecidos en la enciclopedia digital Biografías y Vidas (biografiasyvidas.com), Moreno hizo su debut cinematográfico en 1936 en la película «No te engañes corazón», a la que siguieron «Así es mi tierra» y «Águila o sol» (1937), «El signo de la muerte (1939)» y toda una serie de cortometrajes.

   Sin embargo, su fama como actor cómico y la inmensa popularidad de su personaje Cantinflas, las logró definitivamente en 1940, en el filme «Ahí está el detalle» -dirigido por Juan Bustillo Oro-, en cuya última escena y mediante un trastornado discurso, Cantinflas logra cambiar el veredicto desfavorable del juez.

   A partir de entonces, actuó en cerca de 50 películas que lo consagraron para siempre como uno de los más famosos comediantes de habla hispana y como el mejor comediante mexicano de todos los tiempos. Batió récords de recaudación en las salas de exhibición hispanoamericanas durante tres décadas seguidas.

   En sus filmes Mario Moreno encarnó a Cantinflas desempeñándose en diversos oficios, generalmente de carácter humilde, como limpiabotas, albañil o barrendero, aunque también profesiones como médico, abogado, policía y hasta sacerdote y profesor, todos caracterizados por una personalidad ingeniosa, extrovertida y elocuente.

   Resulta lógico que la mayor popularidad y reconocimientos los alcanzara Cantinflas en México y los demás países de habla hispana, donde el actor Mario Moreno recibió múltiples distinciones.

   No obstante, aunque resultaba en extremo difícil la traducción al inglés de la comicidad contenida en los diálogos disparatados de Cantinflas, debido fundamentalmente a la abundancia de localismos del lenguaje empleados por el personaje, su debut en el cine estadounidense en la película «La vuelta al mundo en 80 días»  hizo a Mario Moreno merecedor en 1956 del Globo de Oro como mejor actor de comedia, y en el Paseo de La   Fama de Hollywood se colocó una estrella con el nombre de Cantinflas.

   A la edad de 81 años, Mario Moreno falleció en la capital mexicana el 20 de abril de 1993, y será recordado por siempre como uno de los actores cómicos más originales y simpáticos que hayan pasado por las pantallas cinematográficas.

   La popularidad de Cantinflas alcanzó tal magnitud, que algunos han llegado a denominar a Mario Moreno como «el sucesor de Chaplin» o «el Charles Chaplin de México».

La impronta imborrable de Gardel

La impronta imborrable de Gardel

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, junio 24 de 2015)

Aún hoy, cuando han transcurrido ocho décadas desde que la portentosa voz de Gardel se apagó, no creo que existan muchas personas adultas que puedan afirmar que jamás han, al menos, escuchado, o disfrutado, tarareado y hasta parafraseado alguna vez, en una situación determinada,«que veinte años no es nada» «adiós, muchachos, compañeros de mi vida», «contra el destino, nadie la talla», «se terminaron para mí todas las farras»… u otras frases por el estilo contenidas en sus canciones.

Aunque está demostrado que desde su infancia vivió en Buenos Aires, Argentina, y se nacionalizó como argentino en 1923, varios de los estudiosos de su vida han polemizado históricamente en torno a si nació en una fecha u otra, o si fue en Tacuarembó, Uruguay, o en Toulouse, Francia, lo que dificulta mucho resumir los primeros años de su niñez y juventud. Hay coincidencias, sin embargo, en que fue una etapa en que vivió en la pobreza junto a su madre, con la que residió durante muchos años en casas de inquilinato o en habitaciones de pequeños conventos.

Pero lo indudable, lo que nadie cuestiona, es la inmensa popularidad que adquirió la colosal obra artística realizada por el cantante, compositor y actor cinematográfico Carlos Gardel, que lo convirtió en uno de los intérpretes de la música popular más aclamados y universales de todos los tiempos y que mantiene su vigencia hasta hoy, cuando se cumplen 80 años de su fallecimiento en un lamentable accidente de aviación ocurrido en Medellín, Colombia, el 24 de junio de 1935.

Pese a su humilde origen, desde su juventud Gardel entró en contacto con el mundo artístico.

Según una biografía del bardo publicada en la enciclopedia digital Wikipedia, su madre planchaba ropas para algunos teatros, en los que el joven laboró como claque, utilero y comparsista (extra), a cambio de poder asistir a los espectáculos y recibir entradas.

Entre muchos otros empleos informales, también se desempeñó como tramoyista en el Teatro de la Victoria, donde escuchó al zarzuelista español Sagi Barba, con quien incluso llegó a tomar sus primeras lecciones informales de canto, y luego pasó al Teatro de la Ópera, donde llegó a conocer al famoso Titta Ruffo, una de las figuras cimeras entre los barítonos de la ópera italiana.

De esa forma logró relacionarse con actores y cantantes, de quienes imitaría los ejercicios de vocalización y otras conductas que serían de importancia para su futura formación artística. Al respecto declararía años después, cuando ya era una estrella del mundo musical: «Esos fueron mis primeros conocimientos artísticos y así fue como conseguí obtener aquella voz blanca con la cual me di a conocer».

Entre 1912 y 1916 grabó sus primeros discos y realizó varias presentaciones públicas, fundamentalmente integrando el dúo que formó con el uruguayo José Razzano, que interpretaba esencialmente tonadas campesinas y diversas canciones del folclore latinoamericano.

Pero fue en 1917, cuando Gardel cantó y grabó su primer tango, Mi noche triste, el momento en que se inició la meteórica carrera hacia la fama que lo llevó a la cumbre del estrellato musical y le abrió las puertas en el cine, hasta consolidar su imagen pública de galán y cantor.

Carlos Gardel, conocido también por los apelativos El rey del Tango y El Zorzal Criollo, entre otros, realizó a partir de entonces nada menos que más de 900 grabaciones musicales, una cifra astronómica para aquella época, entre las cuales las más conocidas son sus famosos tangos, fundamentalmente los compuestos en coautoría con Alfredo Le Pera. También se incluían milongas, zambas, rancheras, tonadas y otros estilos, hasta sumar unos 30 géneros musicales. Además participó y fue protagonista en decenas de películas que contribuyeron a acrecentar su gloria por todo el planeta.

En ocasión de cumplirse hoy el aniversario 80 de su muerte, resulta justo destacar el inmenso aporte que legó a la música popular latinoamericana este excepcional cantante, dotado de una voz inconfundible e inigualable, idolatrado en Argentina y Uruguay y admirado en toda América y en gran parte del mundo.

Benny: inmarcesible en la memoria musical de su pueblo

Benny: inmarcesible en la memoria musical de su pueblo

Benny: inmarcesible en la memoria musical de su pueblo

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, agosto 24, 2014)

Tuve el privilegio de ver actuar a Benny Moré en agosto de 1962, durante las noches en que amenizó con su banda los carnavales correspondientes a ese año en la ciudad de Puerto Padre.

   Y digo actuar, porque aquel hombre no se dedicaba solo a interpretar de forma inigualable sus famosos sones-montunos o sus antológicos boleros, una guaracha, un mambo, un afro o un guaguancó, entre otros de los ritmos predominantes en aquella época memorable y ojalá no irrepetible de la música cubana.

   Por aquellos días yo recién había cumplido los 12 años, pero ya desde pequeño lo admiraba de manera mayúscula, contagiado indudablemente por la devoción que sentían por su música una de mis tías y varios de mis primos mayores.

   Por ese entonces Benny Moré estaba en el pináculo de su fama y, por supuesto, yo no podía siquiera imaginar que en aquellas inolvidables noches de jolgorio carnavalesco la enfermedad minaba ya su cuerpo y la ineluctable parca lo arrastraría, solo poco más de cinco meses después, hacia la eternidad, con apenas 43 años de edad.

   Como no me separaba nunca de la tarima en que actuó, sí puedo rememorar, pese a los 52 años ya transcurridos desde entonces, la forma extasiada, ensimismada, casi alelada, en que una gran parte de los centenares de personas que se aglomeraban alrededor de aquel escenario dejaban de bailar continuamente como habían hecho con la orquesta local que precedió al Benny, para dedicarse de manera concentrada a deleitarse con su melodiosa voz y ver los movimientos de aquella figura espigada, quijotesca, con un saco más largo de lo habitual, unos pantalones también amplios, un sombrero alón y un pulido bastón.

    Y es que Benny se desenvolvía tan magistralmente en la escena que, al propio tiempo, “envolvía” irremediablemente a la muchedumbre que presenciaba el espectáculo.

   Recuerdo, por ejemplo, que una noche subió al escenario, como hacía a menudo después de que los músicos de su banda se habían acomodado y afinado sus instrumentos. En medio de la ovación del público que anhelaba su aparición, sacó de un bolsillo de su saco un caramelo, le quitó el celofán que lo envolvía y, cuando habían cesado los aplausos y la gente esperaba intrigada lo que ocurriría,  lo lanzó suavemente hacia arriba. En cuanto el caramelo cayó en su boca, la orquesta rompió de forma uniforme e impecable con las notas de su famoso son-montuno “Qué bueno baila usted” ante la reacción enardecida de los asistentes.

   Benny, sin embargo, no era un excéntrico ni, mucho menos, un “payaso” musical. Era, eso sí, un hombre que llevaba la música en la sangre, en el alma, en el corazón, y gustaba de hacer pasar un rato agradable a sus admiradores no solo con su cadenciosa y bien afinada voz y su magnífica banda, sino, también, con sus movimientos en el escenario para dirigir la orquesta, echar un pasillo de baile o hacer girar su inseparable bastón.

   Se acostumbra a mencionar y recordar a Benny Moré como un excelente intérprete de prácticamente todos los ritmos cubanos. Y esa valoración es justa.

   Pero siempre he pensado que lo más extraordinario y asombroso en él fue que logró desarrollar su carrera llena de brillantes éxitos en Cuba y en el extranjero sin realizar jamás estudios musicales, en lo que seguramente influyó o hasta determinó su origen en extremo humilde.

   El caso es que Benny fue un autodidacta nato, genial, dotado de un portentoso “oído musical” que le permitía, con tan solo escuchar tararear algunas notas y la letra de un número, saber si este “pegaría” en el público amante de la música. Ello le posibilitaba aceptar o rechazar casi de inmediato las muchas ofertas que los mejores compositores de la época le hacían para que interpretara sus creaciones, y, en no pocas ocasiones, mejorar notablemente con su musicalidad congénita y su capacidad para la eufonía la composición original.

   Esas aptitudes innatas para la música le propiciaron no solamente convertirse en un cantante excepcional, sino, también, dirigir, empíricamente, a una gran banda de excelentes instrumentistas profesionales y, como si fuera poco, componer formidables sones-montunos como Santa Isabel de Las Lajas, dedicado a su pueblo natal, Cienfuegos o Qué bueno baila usted, o boleros inolvidables y de bellísima factura como Amor sin fe, Dolor y perdón, Mi amor fugaz o Conocí la paz, o mambos como Bonito y sabroso, Locas por el mambo o Ensalada de mambo.

   Benny Moré no era un dios, era un hombre. Como todos los hombres, también tenía defectos y, como todos los hombres talentosos, tuvo y tiene algunos envidiosos y detractores. Pero, ni  los más encarnizados de ellos, se atreven a negar la inconmensurable impronta musical que el Bárbaro del Ritmo legó a su patria y a los pueblos hermanos del continente, donde todavía hoy, a más de cinco décadas de su muerte, se recuerdan, cantan y versionan los números musicales que él interpretó y popularizó de forma inigualable.

   En ocasión de cumplirse este 24 de agosto el aniversario 95 de su natalicio, me atrevo a afirmar que, por ese legado y porque brilló con luz propia e inextinguible,  Benny Moré permanece y permanecerá  inmarcesible en la historia musical de su pueblo.

 

 

 

Guayasamín: artista universal alineado a las más justas causas

Guayasamín: artista universal alineado a las más justas causas

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, marzo 2014)

   Cuando el pequeño Oswaldo, antes de los ocho años de edad, realizaba ya caricaturas de sus maestros y compañeros de estudios en la educación primaria, nadie podía imaginar que esa temprana vocación artística llegaría a convertirlo en uno de los más eminentes pintores de América y en un creador cuyas obras alcanzaron reconocimiento universal.

   Primero de los 10 hijos de la humilde pareja integrada por José Miguel Guayasamín, de origen indígena, y la mestiza Dolores Calero, Oswaldo nació el seis de julio de 1919 en Quito, la capital de Ecuador, y pese a la oposición de su padre, quien trabajaba como  carpintero y, más tarde, como taxista y camionero, ingresa en la Escuela de Bellas Artes de su ciudad natal en la que en 1941, tras haber seguido también estudios de arquitectura, obtuvo el diploma de pintor y escultor.

   Su vida profesional se inicia con su primera exposición personal, realizada en Quito en 1942, a la edad de 23 años, que fue considerada por la crítica como un enfrentamiento a la línea oficial de la Escuela de Bellas Artes. Sin embargo, el multimillonario estadounidense Nelson Rockefeller, impresionado por la obra, compró varios cuadros y ayudó en el futuro a Guayasamín, quien trabajó en Estados Unidos durante varios meses y con el dinero allí ganado viajó a México, donde conoció al afamado maestro Orozco, que lo aceptó como su asistente, lo que le posibilitó al joven ecuatoriano adquirir fructíferos conocimientos y experiencias.

   En esta época Guayasamín entabla también amistad con Pablo Neruda y otras figuras cimeras de la cultura latinoamericana, y emprende un viaje por Perú, Brasil, Chile, Argentina y otros países del continente, que le posibilita apreciar en todos ellos la opresión en que vivían las clases  desposeídas, fundamentalmente los indígenas, temática que luego sería recurrente y medular en su extraordinaria labor pictórica.

   Según una síntesis de su quehacer artístico aparecida en la enciclopedia digital Wikipedia, la obra de Guayasamín se divide en tres grandes etapas:

   1.- Huacayñán (“El camino del llanto”), que es una serie de más de 100 cuadros pintados después de recorrer durante dos años Latinoamérica, que gira en torno a la temática del indígena, el negro y el mestizo en América.

   2.- “La Edad de la Ira”, serie cuyos temas fundamentales son las guerras y la violencia, lo que el hombre hace en contra del hombre.

   3.- “Mientras vivo siempre te recuerdo” se denomina esta tercera gran etapa, también conocida como “La Edad de la Ternura”, serie que Guayasamín dedica a su madre y a las madres del mundo, constituida también por más de un centenar de cuadros en los que podemos apreciar colores más vivos, que reflejan el amor y la ternura entre madres e hijos, y la inocencia de los niños.

   Durante su fructífera vida artística, Oswaldo Guayasamín realizó cerca de 180 exposiciones individuales en museos de prácticamente todas las capitales de América y también en varios de los principales de Europa, entre ellos los de Leningrado, Moscú, Praga, Roma, Madrid, Barcelona y Varsovia.

   Fue amigo personal de importantes personalidades del mundo y retrató a algunas de ellas, como Fidel Castro, François y Danielle Mitterrand, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Rigoberta Menchú, Mercedes Sosa, el rey Juan Carlos y la princesa Carolina de Mónaco.

   Obtuvo innumerables lauros y distinciones, entre los que sobresalen el Premio Mejor Pintor de Sudamérica (1957), concedido por la Bienal de Sao Paulo, Brasil, Premio "Eugenio Espejo", el principal galardón cultural otorgado por el Gobierno ecuatoriano, doctorados Honoris Causa de Universidades de América y Europa, Gran Premio del Salón de Honor de la II Bienal de Pintura, Escultura y Grabado de México, un galardón que significó el comienzo de su proyección internacional, y la Condecoración del gobierno de Francia, que por primera vez se concedió a un artista latinoamericano.

   En ocasión de cumplirse este 10 de marzo el decimoquinto aniversario de su fallecimiento, vale recordar que independientemente de su valiosa y monumental obra artística, Oswaldo Guayasamín fue un hombre que se alineó junto a las más justas causas de la humanidad, pues siempre denunció la opresión en que vivían las clases más desposeídas de América, fundamentalmente los indígenas, y los horrores de la guerra y las injusticias que afligen a la humanidad.