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El mayor zarpazo territorial del pujante imperio yanqui

El mayor zarpazo territorial del pujante imperio yanqui

 Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, mayo 13 de 2016)

   Un día como hoy, 13 de mayo, pero de 1846, hace ahora 170 años, comenzó la denominada Guerra Mexicano-Estadounidense, que se extendió hasta febrero de 1848 y propició a la naciente y pujante potencia imperial yanqui extender extraordinariamente sus fronteras territoriales.

   Para tener una idea de la significación histórica de aquel acontecimiento, basta conocer que posibilitó a Estados Unidos arrebatar a México nada menos que unos dos millones 378 mil kilómetros cuadrados de su territorio norteño, más de la mitad de la extensión total que poseía el país azteca y equivalente, aproximadamente, a 21 veces la superficie del archipiélago cubano.

   Las ansias expansionistas del gigante norteño habían comenzado a manifestarse desde su surgimiento como nación, cuando debido a la Guerra de la Independencia de Estados Unidos, Inglaterra se viera obligada en 1783 a reconocer la soberanía de las 13 colonias británicas, que después de varios años de negociaciones, acordaron redactar una constitución para crear un gobierno federal único. Se elaboró y aprobó la Constitución de 1787 y posteriormente se convocaron las elecciones que en 1789 eligieron a George Washington como el primer presidente de los Estados Unidos.

   Ya en 1803 la nueva nación adquiere a Luisiana mediante su compra a Francia y en 1819 a la península de la Florida, cedida por España.

   Pero el acontecimiento que nos ocupa, la Guerra Mexicano-Estadounidense, tiene su antecedente más inmediato en el conflicto que se originó en Texas, territorio perteneciente a México y fronterizo con la nueva nación norteña.

   México había logrado su independencia de España en 1821, y apenas cuatro años después (1825) el gobierno de Estados Unidos intenta anexionarse a Texas con el ofrecimiento de un millón de dólares por la compra de ese territorio. La propuesta se elevó a cinco millones dos años después, pero en ambos casos fue rechazada por México.

   Hacia 1834, con el permiso del gobierno mexicano, muchos colonos estadounidenses se habían establecido en Texas, que aún formaba parte de México, “invasión pacífica” que comenzó a generar muchas contradicciones, entre otras razones porque los colonos querían mantener la esclavitud, que México no admitía en su territorio, se negaban a pagar impuestos y tenían desavenencias con los nativos mexicanos.

   Después de varias luchas intestinas en ese territorio, Texas declaró su independencia de México en 1836. Sólo un mexicano, Lorenzo de Zavala, participó en aquella trascendental decisión, pues todos los demás eran los denominados “texanos mexicanos rebeldes” (originarios de varios estados de Estados Unidos).

   Hubo enfrentamientos con los militares mexicanos, pero, tras sufrir varias derrotas (la más conocida fue la batalla de El Álamo), los texanos rebeldes vencieron finalmente en la batalla de San Jacinto a las tropas mexicanas, al mando de las cuales estaba nada menos que el por aquel entonces presidente de la nación azteca, el famoso militar y político mexicano Antonio López Santa Anna, quien fue echo prisionero y tuvo que firmar en prisión el Tratado de Velasco, que reconocía la independencia del nuevo estado y la frontera entre ambas naciones en el río Bravo.

   México desconoció la validez del Tratado, la independencia de Texas y el nuevo límite fronterizo (el límite entre los estados de Tamaulipas y Texas era el río Nueces). En los años siguientes se produjeron algunas incursiones militares de tropas mexicanas que llegaron a ocupar San Antonio, pero que acabaron replegándose en cada ocasión al sur del río Bravo.

   En 1845 Texas ingresó como parte de los Estados Unidos con categoría de estado, y ese evento desencadenó los sucesos que habrían de conducir poco después a la guerra.

   Según datos consignados en la enciclopedia digital Wikipedia (wikipedia.org), “el envío de tropas por el presidente estadounidense James K. Polk al territorio disputado en la frontera texana, entre el río Bravo y el río Nueces, acabó desembocando en el primer enfrentamiento entre tropas de ambos países, que se produjo el 25 de abril de 1846 al norte del río Bravo, en el lugar llamado Rancho de Carricitos, cuando una patrulla estadounidense de 63 hombres, al mando del capitán Seth Thornton, que estaba en misión de exploración, fue emboscada por fuerzas al mando del general Anastasio Torrejón.

   Este enfrentamiento le dio a James Polk el motivo para pedir la declaración de guerra contra México, por lo que el Congreso de los Estados Unidos declaró la guerra a México el 13 de mayo de 1846, lo que le permitiría conservar Texas y apropiarse de los codiciados y ricos territorios de Alta California y Nuevo México como “indemnización de guerra”.    

   Aquella confrontación armada fue desigual, debido fundamentalmente a la desunión de los mexicanos y al armamento mucho más moderno utilizado por los estadounidenses ante las armas obsoletas de los nacionales, lo que posibilitó el triunfo de los norteños y la invasión de casi todo el territorio del país azteca.

   El sitio digital historiademexicobreve.com resume el conflicto en estos términos: “La guerra México-Americana fue una guerra perdida desde el comienzo de la misma, una división fratricida por el poder, aún y cuando el país estaba siendo mutilado. La falta de apoyo de algunos estados mexicanos, que en esa época conformaban el país 19, y de los cuales solo 7 aportaron armas y dinero, agravaron más el conflicto. La falta de nacionalismo y unión fue finalmente lo que venció más allá de la fuerza del invasor”.

   La guerra terminó con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo y la desocupación de la capital de México, hasta la que habían llegado las tropas yanquis, a partir del 2 de febrero de 1848.    

   Había concluido así, con la gran expansión de la superficie de la nación estadounidense a costa de México señalada al comienzo de este artículo, el mayor “zarpazo” territorial del naciente y pujante imperio yanqui.

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