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"Morir por la Patria es vivir"

"Morir por la Patria es vivir"

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, agosto 14 de 2017)

Esta hermosa frase, que constituye el último verso de la primera cuarteta del Himno Nacional de Cuba, ha sido inmortalizada y tiene permanente vigencia en la larga historia de luchas por su plena independencia que ha sostenido el pueblo cubano a lo largo de siglo y medio de enfrentamiento a sus opresores: en el siglo XIX, contra los colonialistas españoles y, desde la fundación en 1902 de la «seudorrepública», durante casi seis décadas, contra el imperialismo yanqui y la oligarquía criolla  que, en contubernio, se apoderaron de los recursos naturales del país y convirtieron a la Isla en una neocolonia de Estados Unidos.

Y esa frase se ha convertido en un símbolo inmarcesible porque los cubanos, que en su inmensa mayoría somos patriotas y amamos entrañablemente nuestro terruño, no olvidamos y hemos sabido honrar siempre a los héroes y mártires que han entregado sus vidas en estos años de batalla por nuestra soberanía.

Este lunes 14 de agosto, precisamente, se cumplen 150 años del nacimiento de la bella historia que dio lugar a la creación del Himno Nacional de Cuba, un hecho cultural y político de trascendental significación para cualquier nación y, en este caso, en la heroica tradición de luchas libertarias del pueblo cubano.

Se trata de la composición por el abogado y patriota bayamés Pedro Figueredo (Perucho), en un día como este de 1867, de la música de una marcha que se convertiría en el Himno Nacional.

Según la versión del hecho publicada por el historiador cubano Ramiro Guerra, el 13 de agosto de ese año, durante una reunión del Comité Revolucionario de Bayamo en la que además de Perucho participaron entre otros los también connotados patriotas Francisco Maceo Osorio y Francisco Vicente Aguilera, se acordó componer un himno que, al igual que lo consiguió en su tiempo La Marsellesa, en Francia, enardeciera los ánimos de los revolucionarios que se preparaban en Cuba para la lucha contra la dominación española.

Apenas unas horas después, en la madrugada del día 14 de agosto de 1867, hace hoy 150 años, Figueredo compuso al piano la melodía del Himno, llamado inicialmente Himno de Bayamo o La Bayamesa, en alusión al lugar donde nacía la rebeldía nacional contra el colonialismo español, y devenido Himno Nacional de Cuba.

Unos meses después, en mayo de 1868, Figueredo le solicitó al músico Manuel Muñoz Cedeño que orquestara las notas compuestas por él, y a partir de entonces aquella marcha, aquel canto de guerra y de victoria, comenzó a exaltar el sentimiento patrio.

La acogida del Himno entre quienes se alistaban en Bayamo para liberar a la Isla del régimen colonial fue de tal magnitud, que Perucho decidió conversar con el padre José Batista para interpretarla al finalizar una misa especial que se efectuaría el 11 de junio en la Iglesia Mayor de Bayamo, en ocasión de las festividades del Corpus Christie, que culminarían con el Te déum, en el que estaría presente el gobernador español, Julián Udaeta, casado con una cubana.

El gobernador se sorprendió al escuchar aquella pieza musical y mandó a buscar al director de la orquesta, quien le informó que era una marcha compuesta por el señor Pedro Figueredo.

Udaeta objetó a Figueredo que aquel himno no se parecía en nada a un cántico religioso y sí mucho a una marcha de guerra, a lo que el patriota respondió: «Usted no puede determinar que este sea un canto de guerra, puesto que no es músico».

El gobernador español quedó entonces con la duda, y aquella marcha comenzó a popularizarse y se tocaba en los actos de la Sociedad Filarmónica de Bayamo, institución cultural fundada en 1851 y de cuya directiva formaban parte el propio Perucho Figueredo y Carlos Manuel de Céspedes, quien encabezaría el 10 de octubre de 1868, en su ingenio La Demajagua, el alzamiento que dio inicio a la contienda armada contra el régimen colonialista.

Catorce meses después de creada la melodía del himno, durante la celebración de la Toma de Bayamo por las fuerzas insurrectas mambisas el 20 de octubre de 1868, Perucho le incluyó la letra a aquella marcha, cantada ese día por primera vez por la población, con lo cual se completó el surgimiento del Himno Nacional, que junto a la Bandera de la estrella solitaria y el Escudo de la palma real, integra los Símbolos Nacionales de Cuba.

El estreno oficial de la marcha, sin embargo, ocurrió unos días después, el 8 de noviembre de 1868, cuando la interpretó en el atrio de la Parroquial Mayor de Bayamo la banda de Manuel Muñoz y un coro integrado por seis muchachas negras e igual cantidad de blancas.

Así nació el Himno Nacional de Cuba, ese que ha sembrado en los corazones de la mayoría de los cubanos la firme convicción de que «morir por la patria es vivir».

 

 

 

Carlos Roloff: el ilustre veterano de las guerras independentistas cubanas

Carlos Roloff: el ilustre veterano de las guerras independentistas cubanas

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, mayo 17 de 2017)

A fines del siglo XIX, cuando organizaba en Estados Unidos la “Guerra Necesaria” contra el colonialismo español, el Héroe Nacional de Cuba, José Martí, calificó al polaco Carlos Roloff, uno de sus colaboradores en aquella ardua tarea, como “extranjero generoso, más meritorio en verdad que los cubanos mismos, que sin la obligación del nacimiento sacó el pecho a las balas que el mundo viejo clava todavía, como último blanco, en la isla infeliz, en las dos islas infelices de la América nueva”. (En esta última frase se refiere Martí a las islas de Cuba y Puerto Rico, únicos territorios americanos que no habían adquirido aún la independencia del imperio colonial ibérico).

   Precisamente este 17 de mayo, cuando se cumpe el aniversario 110 del fallecimiento en La Habana del general Roloff, constituye una ocasión propicia para que hagamos algunos apuntes sobre la historia de aquel patriota europeo-cubano que mereció tan altos elogios del Maestro.

   Carlos Roloff Mialofsky había nacido el 4 de noviembre de 1842 de Varsovia, capital de Polonia. En 1862, cuando contaba apenas con 20 años de edad, emigró a Estados Unidos, donde se desarrollaba ya la Guerra de Secesión (1861-1865), en la cual participó como oficial del Ejército Confederado del Norte y adquirió una gran experiencia militar.

   Concluida aquella guerra, a mediados de 1865 llegó a Cuba y se estableció en Caibarién, provincia de Las Villas, donde comenzó a trabajar en una casa de comercio.

   El 6 de febrero de 1869, apenas cuatro meses después de iniciada por Carlos Manuel de Céspedes la “Guerra de los Diez Años” contra las fuerzas del colonialismo español, Roloff se alzó en el potrero Ochoa, cerca de Santa Clara, y un día después ya era proclamado por los insurrectos villareños como jefe del Ejército Libertador en Las Villas, con grado de Mayor General.

   Se inició entonces para el joven polaco una larga carrera de acciones combativas tanto en la provincia de Las Villas como en Camagüey y Oriente, que incluyó el combate del ingenio San Gil, uno de los primeros librados en territorio villareño y donde empleó piezas de artillería diseñadas por él y construidas con troncos de árboles y tiras de cuero. Luego, en zonas orientales, participó en los combates de Jíbaro, Río Grande, Marroquín y Lázaro López.

   En los comienzos de 1875, al ser invadida Las Villas por las fuerzas al mando del Generalísimo Máximo Gómez,  Carlos Roloff fue nombrado jefe de la brigada de Remedios y poco después se le encomendó la Jefatura de la Segunda División, cuyo cuartel  general radicaba en la región de Cienfuegos. En estos tiempos, incendió varios ingenios y colonias y combatió en las acciones de Arimao, Rosario, Auras, La Roqueta, Guayabo, Santa Rosa y Manicaragua, entre otras.

  Luego del oneroso Pacto del Zanjón el 10 de febrero de 1878, que puso fin a la Guerra de los Diez Años sin que se obtuvieran ni la independencia de Cuba ni la eliminación de la esclavitud, sus dos principales objetivos, Roloff se estableció en Guanabacoa, en la provincia de La Habana. Pero esa estancia en la capital duraría poco, pues apenas unos meses después, a mediados del propio 1878, las autoridades españolas lo expulsaron del país por sospechas de conspiración.

   El valeroso luchador polaco se dirigió a Nueva York, Estados Unidos, donde fue electo tesorero del Comité Revolucionario Cubano y en 1879 asumió el cargo de secretario.

   En los años posteriores se dedicó a distintas labores conspirativas y organizó expediciones destinadas a continuar la lucha en Cuba, viajó a Jamaica y permaneció varios años en Panamá y Honduras, desde donde regresó a Estados Unidos llamado por José Martí, junto a quien fue uno de los fundadores del Partido Revolucionario Cubano, se desempeñó como presidente del Cuerpo del Consejo en Tampa y colaboró en la preparación del fracasado Plan de La Fernandina.

   Durante los cuatro años (1895-1898) que duró la Guerra del 95 o Guerra Necesaria (como la llamó su principal

organizador, José Martí), fue muy diversa e importante la labor desempeñada por el valiente y capaz Carlos Roloff.

   Entre 1895 y 1896 trabajó en su organización y trajo a Cuba tres expediciones marítimas con armas, municiones y hombres desde Estados Unidos (dos) y Bahamas (una), y participó en varias acciones armadas, entre ellas el combate del potrero de Pozo Azul, también conocido como Las Varas, el 23 de septiembre de 1895, y junto a Máximo Gómez peleó el día 17 del propio mes en el ataque al fuerte Pelayo, en Sancti Spíritus.

   Como si ello fuera poco, cuando ocupaba el cargo de Secretario de la Guerra, redactó dos textos de instrucción militar: “Táctica de artillería e ingenieros” y “Táctica de caballería”, y participó en los trabajos de la Asamblea Constituyente de La Yaya, efectuada el 10 de octubre de 1897, entre otras tareas relacionadas con las luchas libertarias.  

   Carlos Roloff falleció en Guanabacoa, La Habana, un día como hoy, 17 de mayo, de 1907.

   Por supuesto, el Héroe Nacional José Martí, quien había caído en combate el 19 de mayo de 1895, no pudo conocer esta última etapa de la heroica participación del polifacético combatiente polaco en nuestras gestas independentistas.

   Pese a ello, ya en 1892, por la destacada trayectoria de Roloff en la Guerra de los Diez Años y luego en los preparativos desde Estados Unidos de la Guerra Necesaria, Martí había enaltecido al memorable militar polaco-cubano, de quien afirmó: “la gloria de la guerra y la dignidad de la paz se juntan en su persona” y calificó como “veterano ilustre”.

 

 

 

 

Panchito Gómez: un paradigma de patriotismo para los jóvenes cubanos

Panchito Gómez: un paradigma de patriotismo para los jóvenes cubanos

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, diciembre 7 de 2016)

  En su corta vida, Francisco (Panchito) Gómez Toro, siguió siempre el ejemplo y cumplió las enseñanzas que recibió directamente de tres gigantes de las luchas libertarias que los cubanos libraron contra los colonialistas españoles, en la segunda mitad del siglo XIX: su padre, el Mayor General dominicano Máximo Gómez, jefe del Ejército Libertador; el Mayor General Antonio Maceo, el más brillante combatiente de aquella gesta, y el gran pensador José Martí, Héroe Nacional de Cuba.

  Panchito había nacido el 11 de marzo de 1876 en plena manigua, en la finca La Reforma, en la central provincia cubana de Las Villas, y era el cuarto hijo del Mayor General Gómez con la virtuosa y abnegada cubana Bernarda del Toro (Manana), nacida en Jiguaní, provincia de Oriente, y también como su esposo, de estirpe mambisa.

   En 1878, luego de la firma del oneroso Pacto del Zanjón que puso fin a la llamada Guerra de los Diez Años, el niño marchó con su familia a Jamaica. Tras diez años de peregrinaje, que incluyó entre otros sitios a Nueva Orleans y Honduras, se establecieron en República Dominicana, la patria natal Gómez, en una finca cercana al poblado de Montecristi.

   Abelardo Padrón, uno de los biógrafos del heroico joven, citado por el periodista Pedro Antonio García en la revista Bohemia, decía sobre Panchito: “Estudiante ejemplar. En su expediente nunca aparece un suspenso. Estudiaba y trabajaba en una firma que comerciaba café y así ayudaba al sustento familiar. Todo lo que ganaba se lo hacía llegar a su madre. Además llevaba la doble contabilidad de los negocios del padre.

  “Dominaba a la perfección el inglés y el francés. Se inclinaba a los estudios filosóficos. Tenía una letra uniforme, espaciada, firme, que a veces se parecía en los rasgos a la de José Martí.”

   Cuando tenía ya 16 años, Panchito conoció a Martí durante la visita que éste realizara en 1892 a Dominicana para entrevistarse con Gómez y preparar la próxima etapa de la guerra independentista cubana, que el Héroe Nacional llamara “Guerra Necesaria”, y desde aquel momento sintió una profunda admiración por el talento del Apóstol, a quien siempre nombraba como Maestro.

   Posteriormente, en 1894, durante la continuación de los preparativos de la nueva contienda, Gómez viajaría a Nueva York y allí dejó a su hijo, entonces con sólo 18 años de edad, bajo la tutela de José Martí.

   Panchito acompañó al Héroe Nacional durante sus viajes a Tampa, Cayo Hueso, Costa Rica, Panamá y Jamaica, lo que incrementaría notablemente su comprensión de la lucha libertaria de los mambises cubanos y su admiración por el Maestro.

   Prueba de ese afecto es que luego de la infortunada caída de Martí en Dos Ríos, en 1895, Panchito escribiría a su hermano Maxito: “¿Te acuerdas de Martí? ¡Qué grande era en las pequeñeces! […], cuando más íntimamente se le trataba, más grande se le encontraba. Así debemos nosotros ser y la línea de conducta igual en los distintos caminos por los que nos conduzca el deber”.

   Pero esa admiración también había sido reciprocada por Martí, quien llegó a decir del joven que era “ la criatura humana de menos imperfecciones que había conocido”.

   Cuando ya se había iniciado la Guerra del 95, en contra de la voluntad del joven de 19 años, Máximo Gómez decidió dejar a Panchito en Dominicana al cuidado de la familia y los negocios de su finca. Apesadumbrado por no estar en Cuba, directamente en la contienda, escribió a su padre a principios de 1896: 

   “Me avergüenzo cada día de ver cómo se me celebra por dondequiera que voy por ser el hijo de usted, sin que en realidad merezca yo tales deferencias, me siento, papá, muy pequeño, hasta que yo no haya dado la cara a la pólvora y a la muerte, no me creeré hombre. El mérito no puedo heredarlo, hay que ganarlo”.

   La decisión fervorosa que evidenciaban las palabras de su hijo, convenció al viejo combatiente, quien envió a uno de sus hombres a Dominicana para trajera a Cuba a Panchito, lo que se logró hacer, después de muchas vicisitudes, en la expedición organizada por el Mayor General Juan Rius Rivera, en el vapor Three Frinds, que desembarcó por las costas de Pinar del Río el 8 de septiembre de 1896.  

   Según señala la enciclopedia digital cubana EcuRed (ecured.cu), fue designado ayudante del Mayor General Antonio Maceo y asistió a los combates de Montezuelo y Tumbas de Estorino el 24 y 26 de septiembre de 1896, pero su bautismo de fuego resultó ser el de Ceja del Negro el 4 de octubre de 1896, pues fue “donde disparé al enemigo por primera vez”, como diría después en una carta a su madre.

   A este enfrentamiento siguieron los de Galalón, El Rubí y El Rosario. El primero de diciembre de 1896 fue ascendido a capitán, y en la acción de Bejerano (también conocida como La Gobernadora), el 3 de diciembre de 1896, recibió una herida en el hombro izquierdo, pero ya al día siguiente acompañó a Maceo en el cruce de la trocha de Mariel a Majana.

   Sólo tres cuatro días después de resultar herido, se produjo el infausto combate de San Pedro, el 7 de diciembre de 1896, por lo que recibió la orden de mantenerse en el campamento, pues tenía un brazo en cabestrillo debido a la herida.

   A pesar de ello, al conocerse la caída de su jefe, partió hacia adonde éste se encontraba, y cayó a su lado, mientras las tropas cubanas intentaban rescatar el cadáver del Mayor General Antonio Maceo. Tenía solamente 20 años de edad cuando pasó a integral la larga lista de los héroes y mártires de la Patria.

  Panchito Gómez Toro legó a los cubanos, y sobre todo a los más jóvenes, un proverbial ejemplo de patriotismo y fidelidad.


Fidel: un genio universal

Fidel: un genio universal

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, noviembre 29, 2016)

Sólo algunos ignorantes, intelectuales mediocres, reaccionarios acérrimos o aferrados enemigos de la igualdad entre los hombres y los pueblos, pueden desconocer o demeritar la genialidad filosófica de Fidel Castro.

También, los cubanos «del montón», como decimos popularmente, nos hemos acostumbrado a valorarlo solamente como el promotor de la Revolución Cubana que nos dio justicia, igualdad, salud y educación gratuitas para todos o desarrollo cultural y deportivo, o el valiente gobernante capaz de enfrentar durante más de medio siglo la obstinada oposición del más poderoso imperio de la historia, o el inspirador y principal gestor junto a Hugo Chávez del movimiento por la integración de los pueblos de Latinoamérica y el Caribe.

Sin embargo, en las horas transcurridas desde su desaparición física, no de sus ideas, que estoy seguro la historia valorará en su justa dimensión, la cantidad de materiales transmitidos por la radio y la televisión nacionales, y por diversos medios de difusión internacionales, han recordado a quienes peinamos canas o evidenciado para los más jóvenes, el alcance universal del pensamiento del líder de la primera revolución socialista del hemisferio occidental.

Sus intervenciones medulares en foros tan importantes como las asambleas de la ONU, las reuniones de los Países No Alineados o las Cumbres Iberoamericanas, entre otros, nos recuerdan o nos evidencian que la anchura filosófica de las ideas de Fidel sobrepasa con creces el marco de un país e incluso, de un continente.

Para aquilatar la trascendencia de sus ideas sobre el presente y el futuro de la humanidad, me perecen insuficientes, incompletas, las citas textuales de partes de sus discursos. Hay que leerlos, releerlos o escucharlos completos, en su integralidad orgánica y filosófica.

Y es que Fidel no se limitó, en su larga y sistemática lucha por más de medio siglo en defensa de los desposeídos, a abordar problemas que sólo atañen a los cubanos y americanos, dicho esto último en un sentido continental.

Su prédica revolucionaria, visionaria y filosófica fue mucho más allá.

Los vitales problemas de la preservación del medio ambiente para la existencia de la humanidad, sobre los cuales fue el primero en alertar en la Cumbre en torno a esa temática efectuada en Río de Janeiro en 1992, el intercambio desigual entre los países desarrollados y subdesarrollados y la necesidad de reordenar la Organización de Naciones Unidas para que cumpla sus funciones como organismo representativo de los intereses de todos los países del mundo, fueron, entre otros, temas esenciales en los cuales se centró y brilló la valiente oratoria del líder cubano.

Ello lo convirtió en uno de los más preclaros gobernantes del mundo, y su filosofía, sus ideas, quizás ahora más que nunca, tienen un alcance universal que sólo la historia podrá aquilatar en toda su magnitud.

 

El mayor zarpazo territorial del pujante imperio yanqui

El mayor zarpazo territorial del pujante imperio yanqui

 Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, mayo 13 de 2016)

   Un día como hoy, 13 de mayo, pero de 1846, hace ahora 170 años, comenzó la denominada Guerra Mexicano-Estadounidense, que se extendió hasta febrero de 1848 y propició a la naciente y pujante potencia imperial yanqui extender extraordinariamente sus fronteras territoriales.

   Para tener una idea de la significación histórica de aquel acontecimiento, basta conocer que posibilitó a Estados Unidos arrebatar a México nada menos que unos dos millones 378 mil kilómetros cuadrados de su territorio norteño, más de la mitad de la extensión total que poseía el país azteca y equivalente, aproximadamente, a 21 veces la superficie del archipiélago cubano.

   Las ansias expansionistas del gigante norteño habían comenzado a manifestarse desde su surgimiento como nación, cuando debido a la Guerra de la Independencia de Estados Unidos, Inglaterra se viera obligada en 1783 a reconocer la soberanía de las 13 colonias británicas, que después de varios años de negociaciones, acordaron redactar una constitución para crear un gobierno federal único. Se elaboró y aprobó la Constitución de 1787 y posteriormente se convocaron las elecciones que en 1789 eligieron a George Washington como el primer presidente de los Estados Unidos.

   Ya en 1803 la nueva nación adquiere a Luisiana mediante su compra a Francia y en 1819 a la península de la Florida, cedida por España.

   Pero el acontecimiento que nos ocupa, la Guerra Mexicano-Estadounidense, tiene su antecedente más inmediato en el conflicto que se originó en Texas, territorio perteneciente a México y fronterizo con la nueva nación norteña.

   México había logrado su independencia de España en 1821, y apenas cuatro años después (1825) el gobierno de Estados Unidos intenta anexionarse a Texas con el ofrecimiento de un millón de dólares por la compra de ese territorio. La propuesta se elevó a cinco millones dos años después, pero en ambos casos fue rechazada por México.

   Hacia 1834, con el permiso del gobierno mexicano, muchos colonos estadounidenses se habían establecido en Texas, que aún formaba parte de México, “invasión pacífica” que comenzó a generar muchas contradicciones, entre otras razones porque los colonos querían mantener la esclavitud, que México no admitía en su territorio, se negaban a pagar impuestos y tenían desavenencias con los nativos mexicanos.

   Después de varias luchas intestinas en ese territorio, Texas declaró su independencia de México en 1836. Sólo un mexicano, Lorenzo de Zavala, participó en aquella trascendental decisión, pues todos los demás eran los denominados “texanos mexicanos rebeldes” (originarios de varios estados de Estados Unidos).

   Hubo enfrentamientos con los militares mexicanos, pero, tras sufrir varias derrotas (la más conocida fue la batalla de El Álamo), los texanos rebeldes vencieron finalmente en la batalla de San Jacinto a las tropas mexicanas, al mando de las cuales estaba nada menos que el por aquel entonces presidente de la nación azteca, el famoso militar y político mexicano Antonio López Santa Anna, quien fue echo prisionero y tuvo que firmar en prisión el Tratado de Velasco, que reconocía la independencia del nuevo estado y la frontera entre ambas naciones en el río Bravo.

   México desconoció la validez del Tratado, la independencia de Texas y el nuevo límite fronterizo (el límite entre los estados de Tamaulipas y Texas era el río Nueces). En los años siguientes se produjeron algunas incursiones militares de tropas mexicanas que llegaron a ocupar San Antonio, pero que acabaron replegándose en cada ocasión al sur del río Bravo.

   En 1845 Texas ingresó como parte de los Estados Unidos con categoría de estado, y ese evento desencadenó los sucesos que habrían de conducir poco después a la guerra.

   Según datos consignados en la enciclopedia digital Wikipedia (wikipedia.org), “el envío de tropas por el presidente estadounidense James K. Polk al territorio disputado en la frontera texana, entre el río Bravo y el río Nueces, acabó desembocando en el primer enfrentamiento entre tropas de ambos países, que se produjo el 25 de abril de 1846 al norte del río Bravo, en el lugar llamado Rancho de Carricitos, cuando una patrulla estadounidense de 63 hombres, al mando del capitán Seth Thornton, que estaba en misión de exploración, fue emboscada por fuerzas al mando del general Anastasio Torrejón.

   Este enfrentamiento le dio a James Polk el motivo para pedir la declaración de guerra contra México, por lo que el Congreso de los Estados Unidos declaró la guerra a México el 13 de mayo de 1846, lo que le permitiría conservar Texas y apropiarse de los codiciados y ricos territorios de Alta California y Nuevo México como “indemnización de guerra”.    

   Aquella confrontación armada fue desigual, debido fundamentalmente a la desunión de los mexicanos y al armamento mucho más moderno utilizado por los estadounidenses ante las armas obsoletas de los nacionales, lo que posibilitó el triunfo de los norteños y la invasión de casi todo el territorio del país azteca.

   El sitio digital historiademexicobreve.com resume el conflicto en estos términos: “La guerra México-Americana fue una guerra perdida desde el comienzo de la misma, una división fratricida por el poder, aún y cuando el país estaba siendo mutilado. La falta de apoyo de algunos estados mexicanos, que en esa época conformaban el país 19, y de los cuales solo 7 aportaron armas y dinero, agravaron más el conflicto. La falta de nacionalismo y unión fue finalmente lo que venció más allá de la fuerza del invasor”.

   La guerra terminó con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo y la desocupación de la capital de México, hasta la que habían llegado las tropas yanquis, a partir del 2 de febrero de 1848.    

   Había concluido así, con la gran expansión de la superficie de la nación estadounidense a costa de México señalada al comienzo de este artículo, el mayor “zarpazo” territorial del naciente y pujante imperio yanqui.

La brillante actriz Violeta Casal y su más meritoria actuación

La brillante actriz Violeta Casal y su más meritoria actuación

(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, marzo 26 de 2016)

   El 26 de marzo de 1916, hace hoy exactamente un siglo, nació en la ciudad de Matanzas Violeta Casal Díaz, quien en su juventud se graduaría de Doctora en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana y también cursaría estudios en la Academia de Arte Dramático (ADAD).

  Aunque sus inicios laborales fueron como profesora de Ciencias Sociales en la sesión nocturna de la Escuela Normal para maestros de La Habana, siempre simultaneaba esa función docente con la de actriz de radio y del Teatro Universitario, afición esta última que resultó ser su gran vocación.

   Compañeros de profesión que tuvieron la oportunidad de conocerla y trabajar junto a ella, como la destacada actriz y locutora Margarita Balboa y el prestigioso  director de teatro y televisión Antonio Vázquez Gallo, recordaban que ya en las décadas de los años 40 y 50 Violeta era una brillante actriz de la radio y el teatro cubanos.

   Según una biografía suya publicada en la enciclopedia digital cubana EcuRed (ecured.cu), entre las obras en las que actuó en esa época para el Patronato del Teatro figuran Arsénico para los viejos (1942), El deseo bajo los olmos (1943), Un tranvía llamado deseo (rol de Estela, 1948), Theresa, de Zola-Jov (1949), con la que obtuvo el codiciado Premio Talía, y La hora radiante, de K Winter (1951).

   También tuvo participación destacada en obras presentadas en el Teatro Universitario Medea, como Mariana Pineda, de Lorca (1950), Juana de Castilla, de H. Rothe (1951) y Una choza para tres, de Roussin (1956).

   Con el grupo Las Máscaras protagonizó, de Federico García Lorca, Yerma (1950) y Bodas de sangre (1951), y para la Sala Prometeo, La voz humana, de Cocteau (1949), y La dama del trébol, de Arout (1955). Inauguró la sala Arlequín con la pieza Veinticuatro rosas rojas, de Mario Benedetti, en 1957, y luego Espíritu burlón, de N. Coward, (1958).

   La ya consagrada actriz Violeta Casal también actuó en México y Guatemala, con el Teatro Universitario y en España, con la compañía de Martínez Trives.

   Pero sus ideas revolucionarias y el apoyo a la lucha armada que protagonizaban los barbudos dirigidos por Fidel Castro en la Sierra Maestra le ocasionaron problemas a la bella y prestigiosa actriz, quien luego de su participación en la Huelga del 9 de Abril sufrió persecuciones que determinaron su decisión, en agosto de 1958, de subir a la Sierra Maestra y unirse a las tropas insurrectas.

   Aunque según cuentan sus amistades de entonces su intención inicial era trabajar como maestra en las zonas ocupadas por los rebeldes, Fidel, conocedor de sus aptitudes como actriz de la radio y el teatro, le dijo:”No, tú debes ir para Radio Rebelde”, (la emisora de las fuerzas del Ejército Rebelde, que había sido fundada en la Sierra Maestra por el inolvidable Comandante Ernesto Che Guevara, el 24 de febrero de 1958, y transmitía fundamentalmente partes sobre las acciones de los insurrectos y argumentos sobre los objetivos de su lucha).

    La distinguida actriz Violeta Casal Díaz protagonizó, entonces, la más meritoria y enaltecedora actuación de su historia, al unirse al grupo de locutores que laboraban en la planta radial revolucionaria, entre ellos los fundadores Luis Orlando Rodríguez (director) y los locutores Orestes Valera, Ricardo Martínez y Jorge Enrique Mendoza.

   Cito a mi colega Angélica Paredes López, quien en una hermosa crónica publicada en la página digital de la actual emisora Radio Rebelde (radiorebelde.icrt.cu), escribió:

 “Cuando la voz de Violeta Casal vibraba en la Sierra Maestra con la emblemática presentación: “Aquí, Radio Rebelde…”, su fuerza estremecía a un pueblo, cansado de escuchar novelas de ficción y anuncios comerciales, y sí muy necesitado de informarse acerca de la epopeya de retar a una tiranía oligárquica y sanguinaria, proeza narrada en la propia voz de los protagonistas que surgían como héroes.

  “Y el pueblo cubano pegó su oído a aquella propuesta de prédica martiana y de absoluta veracidad informativa. En la planta transmisora, riesgosamente trasladada hacia la Sierra Maestra, estaba el corazón de la Patria.”

   Luego del triunfo de la Revolución el Primero de Enero de 1959, Violeta Casal ocupó diversas responsabilidades, entre ellas la de directora de la prestigiosa emisora, que ha conservado el histórico nombre de Radio Rebelde hasta nuestros días.

   Violeta falleció en La Habana el 28 de octubre de 1992, para pasar a la inmortalidad en nuestra historia como un honroso símbolo de la locución femenina cubana.

 


Túpac Amaru: eterno símbolo de rebeldía para los pueblos de Latinoamérica

Túpac Amaru: eterno símbolo de rebeldía para los pueblos de Latinoamérica

(Publicado por Hernán Bosch entiempo21.cu, 18 de mayo de 2016)

José Gabriel Condorcanqui (conocido posteriormente como Túpac Amaru o Túpac Amaru II) nació el 19 de marzo de 1738 en la aldea de Surimana, Canas, en el entonces Virreinato del Perú, y fue cruelmente ejecutado por los colonialistas españoles un día como este, 18 de mayo, de 1781, hace hoy 235 años.

   Sin embargo, pese al largo tiempo transcurrido, la vida y obra de aquel insobornable líder indígena aún constituye para los pueblos de la América Nuestra, como la llamóJosé Martí, un singular paradigma de valentía y dignidad ante las injusticias de los explotadores, por haber protagonizado la mayor rebelión anticolonial que se originó en Hispanoamérica durante el siglo XVIII.

   José Gabriel descendía de la dinastía real de los incas, pues era hijo del cacique Miguel Condorcanqui y tataranieto de Juan Pilco-Huaco, hija de Túpac Amaru I, el último soberano inca, quien había sido ejecutado por los españoles en 1572.

   Debido a su noble origen, fue educado por los jesuitas en el Colegio San Francisco de Borja o Colegio de Caciques del Cuzco, por lo que no sólo dominaba el quechua, sino también el castellano y el latín, y entre otras obras importantes había leído las Sagradas Escrituras, los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega y hasta realizó en forma clandestina lecturas de textos de Voltaire y Rousseau, censurados en aquella época.

   Según datos consignados en el sitio web biografiasyvidas.com, José Gabriel era un hombre educado, carismático y de fuerte constitución física, que llegó a ser cacique de Tungasuca, Surimana y Pampamarca, por lo que las autoridades reales le concedieron el título de marqués de Oropesa.

   La propia fuente indica que su prestigio entre los indios y mestizos le permitió encabezar una rebelión contra las autoridades españolas del Perú en 1780. Dicha rebelión (precedida por otras similares) estalló debido al descontento de la población contra los abusos de los corregidores y los altos tributos, el reparto de mercaderías y las prestaciones obligatorias de trabajo que imponían los españoles (mitas y obrajes).

   Este sistema de explotación y vejaciones establecido desde España por la monarquía borbónica se incrementaba y se tornaba cada vez más insoportable para las grandes masas de desposeídos.

   José Gabriel Condorcanqui adoptó el nombre de su ancestro Túpac Amaru (razón por la que sería conocido como Túpac Amaru II), un acto simbólico de rebeldía contra los colonizadores. Se proclamó restaurador y legítimo heredero de la dinastía inca y envió emisarios para extender la rebelión por todo el Perú, precisando que el levantamiento se dirigía contra las autoridades españolas locales, pero mantenía en sus inicios la ficción de lealtad al rey Carlos III.

   Sin embargo, no solamente los insistentes abusos de los corregidores, sino también la dureza de algunas de las recientes medidas impulsadas por la monarquía española (y las cargas económicas que implicaron para la población indígena) fueron el motor de la sublevación de Túpac Amaru II.

   El levantamiento comenzó en los primeros días de noviembre de 1780 con la ejecución del despótico corregidor Antonio Arriaga, que había sido apresado en Tinta. Túpac Amaru ordenó su ajusticiamiento en la plaza de Tungasuca, a lo que se sumó la destrucción de diversos obrajes. Como respuesta inmediata, las autoridades de Cuzco enviaron una expedición punitiva formada por mil doscientos hombres, que cayó derrotada en Sangarará el 18 de noviembre.

   Los llamamientos enviados a través de sus emisarios extendieron la revuelta por todo el Bajo y el Alto Perú y parte del virreinato del Río de la Plata, es decir, territorios de la actual Bolivia, Perú y el norte de Argentina, por lo que la historiografía considera que la de Túpac Amaru fue la más importante insurrección del siglo XVIII contra el dominio español y tuvo profundas repercusiones en toda la América bajo el dominio ibérico.

   La reacción de España fue militar y no diplomática. En enero de 1781, las fuerzas de Túpac Amaru II fueron rechazadas por los españoles en las inmediaciones de la antigua capital: el asedio de Cuzco había fracasado. A partir de entonces el movimiento se estancó y pasó a la defensiva. El virrey Agustín de Jáuregui mandó desde Lima un poderoso ejército de 17 mil hombres, al tiempo que desalentaba la rebeldía haciendo concesiones a los indios (como crear en la Audiencia una sala especial para atender sus quejas o limitar los poderes de los corregidores).

   En la noche del 5 al 6 de abril de 1781, el ejército virreinal asestó el golpe definitivo a los sublevados en la batalla de Checacupe. Túpac Amaru II se retiró a Combapata, pero fue traicionado y entregado a los realistas junto con su familia.

   El líder indígena fue sometido a atroces torturas que ordenó el implacable visitador José Antonio de Areche, cuya misión consistía en averiguar los nombres de los cómplices del vencido caudillo. Sin embargo, lo único que obtuvo del valiente e inclaudicable Túpac Amaru fue esta digna respuesta: «Nosotros somos los únicos conspiradores: Vuestra Merced por haber agobiado al país con exacciones insoportables, y yo por haber querido librar al pueblo de semejante tiranía».

   Es bien conocido el final de la gloriosa historia de Túpac Amaru. Un día como hoy, 18 de mayo de 1781, se produjo el horroroso e infructuoso intento de descuartizar su fornido cuerpo al amarrar sus extremidades a cuatro caballos, y su posterior decapitación junto a su esposa, hijos y más cercanos colaboradores.

   Su ejemplo, sin embargo, sirvió de significativo antecedente e inspiración para las luchas libertarias que apenas unas décadas después lideraron Simón Bolívar y otros próceres para conquistar la independencia de América de los colonialistas españoles.

    Y aún hoy, a 235 años de su brutal ejecución, Túpac Amaru constituye un eterno símbolo de dignidad y rebeldía para los pueblos de Latinoamérica.

El intrépido y enigmático Cristóbal Colón

El intrépido y enigmático Cristóbal Colón

Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu el 20 de mayo de 2001)

Aunque su descubrimiento fue accidental y no programado, hay que reconocer a Cristóbal Colón la audacia de haber emprendido en una época tan lejana aquel viaje largo, imprevisible y riesgoso por el Océano Atlántico que lo llevó a «tropezar» con América en 1492, cuando su intención original  era llegar a la India navegando desde Europa hacia el occidente.

Es cierto que no fue el primero, pues está probado que los vikingos lo habían hecho siglos antes que él, pero los grandes navegantes nórdicos se limitaron a llegar a algunas tierras de Norteamérica (Groenlandia y Terranova) sin establecerse de forma permanente ni divulgar la noticia de su descubrimiento, por lo que el hallazgo quedó sin consecuencias hasta los tiempos de Colón.

Sin embargo, el intrépido y avaricioso genovés realizó después de su regreso a Europa otros tres viajes que marcaron el camino y abrieron las puertas al inicio de la trascendental «colonización» de los amplios y ricos territorios del «Nuevo Mundo», iniciada por España y que luego continuarían Portugal, Inglaterra, Francia y otras potencias europeas de la época.

Es necesario precisar que el histórico descubrimiento de Colón fue accidental, porque aunque él partió de la idea acertada y aceptada por muchos ya en esa época de que la tierra era redonda y navegando hacia el occidente se podría llegar a las costas de Asia, erró los cálculos sobre la magnitud del perímetro terrestre, y desconocía, por supuesto, que el continente americano se interponía en su camino.

Según una síntesis biográfica de Colón publicada en el sitio digital biografíasyvidas.com, «una serie de cálculos erróneos le habían hecho subestimar el perímetro terrestre y le llevaron a suponer, en consecuencia, que Japón se hallaba a 2.400 millas marinas de Canarias, distancia que, en realidad, es la que separa a las Antillas del archipiélago canario». Ello ocasiona su «encuentro» con el continente americano en 1492.

Pero no son las discusiones históricas sobre el descubrimiento de América o el «encuentro entre dos mundos», como se ha dado en llamar por algunos especialistas en los últimos tiempos, el objeto de este artículo, que tiene como fin destacar algunos datos biográficos y rasgos de la controvertida y enigmática personalidad de Cristóbal Colón (Cristóforo Colombo, en italiano), en ocasión de cumplirse el aniversario 510 de su fallecimiento en Valladolid, España, un día como hoy, 20 de mayo, de 1506.

Aunque la mayoría de sus biógrafos e investigadores coinciden en que nació en Génova, existen otras muchas teorías. Hasta su propio hijo, Hernando Colón,contribuyó a enriquecer las disputas sobre el tema al afirmar en su obra «Historia del Almirante Don Cristóbal Colón» que su progenitor no quería que fuesen conocidos su origen y patria.

Pero los enigmas de Colón -que luego es caracterizado por algunos biógrafos como «hombre polémico y misterioso»-, comienzan desde la fecha de su nacimiento, que no ha sido definida con precisión, pues aunque la mayoría dice que fue en 1451, otros afirman que ocurrió en 1456. Incluso, debido a las amplias discrepancias existentes al respecto, la enciclopedia digital española Wikipedia (wikipedia.org) sitúa la fecha entre 1436 y 1451.

Génova era un importante centro del comercio marítimo, lo que le posibilitó al joven Colón enrolarse en barcos de las grandes compañías navieras de la ciudad y realizar diversos viajes mercantiles por el Mediterráneo, en los cuales aprendió, en la práctica sobre cubierta, el oficio del mar y, a los 20 años, era ya un buen marinero.

El ya citado sitio digital (biografiasyvidas.com) indica que «en 1476 naufragó la flota genovesa en la que viajaba, al ser atacada por corsarios franceses cerca del cabo de San Vicente (Portugal); desde entonces Colón se estableció en Lisboa como agente comercial de la casa Centurione, para la que realizó viajes a Madeira, Guinea, Inglaterra e incluso Islandia (1477).

Luego se dedicó a hacer mapas y a adquirir una formación autodidacta: aprendió las lenguas clásicas, que le permitieron leer los tratados geográficos antiguos (teniendo así conocimiento de la esfericidad de la Tierra, defendida por Aristóteles o Tolomeo y comúnmente aceptada entre los estudiosos del siglo XV), y empezó a tomar contacto con los grandes geógrafos de la época (como el florentino Toscanelli)».

Algunos investigadores aseguran que Colón tuvo noticias de la existencia de tierras por explorar al otro lado del Océano, procedentes de marinos portugueses o nórdicos (o de los papeles de navegación de su propio suegro, colonizador de Madeira).

Lo cierto es que, hacia 1480, Colón estaba decidido a acometer la empresa de abrir una ruta naval hacia Asia por el oeste, basado en la acertada hipótesis de que la Tierra era redonda, y en el doble error de suponerla más pequeña de lo que es y de ignorar la existencia del continente americano, que se interponía en la ruta proyectada.

Luego de varias gestiones infructuosas, Colón logró que la reina Isabel la Católica aprobara su proyecto, al firmar las llamadas Capitulaciones de Santa Fe, por las que concedía a Colón una serie de privilegios como contrapartida a su arriesgada empresa.

Obtenida la financiación necesaria, y contando con la valiosa ayuda de Martín Alonso Pinzón, Colón armó una flotilla de tres carabelas (La Pinta, La Niña y la Santa María) con las que partió del puerto de Palos (Huelva) el 3 de agosto de 1492, y arribó a la isla de Guanahaní (San Salvador, en las Bahamas) el 12 de octubre de 1492.

Por primera vez (sin contar la gesta intrascendente de los vikingos) un grupo de europeos pisaba tierras americanas, aunque ni Colón ni sus tripulantes eran conscientes de ello. En aquel viaje descubrió también a Cuba y La Española (Santo Domingo), e incluso construyó en esta última un primer establecimiento español con los restos del naufragio de la Santa María (el fuerte La Navidad). Persuadido de que había alcanzado las costas asiáticas, regresó a España con las dos naves restantes en 1493, y en años posteriores realizó sus otros tres viajes al «Nuevo Mundo».

El resto de la historia es bien conocida y tiene como resultado más significativo la colonización y saqueo de las riquezas de los territorios de América por las potencias europeas, que impusieron su dominio político, económico, cultural y religioso sobre las comunidades locales, proceso en el que paradójicamente coincidieron sentimientos y hechos tan contradictorios como el heroísmo de las hazañas marítimas y la barbarie, la evangelización y la explotación o exterminio de los indígenas, el ideal humanitario y la lucha por el oro y el poder.