Túpac Amaru: eterno símbolo de rebeldía para los pueblos de Latinoamérica
(Publicado por Hernán Bosch entiempo21.cu, 18 de mayo de 2016)
José Gabriel Condorcanqui (conocido posteriormente como Túpac Amaru o Túpac Amaru II) nació el 19 de marzo de 1738 en la aldea de Surimana, Canas, en el entonces Virreinato del Perú, y fue cruelmente ejecutado por los colonialistas españoles un día como este, 18 de mayo, de 1781, hace hoy 235 años.
Sin embargo, pese al largo tiempo transcurrido, la vida y obra de aquel insobornable líder indígena aún constituye para los pueblos de la América Nuestra, como la llamóJosé Martí, un singular paradigma de valentía y dignidad ante las injusticias de los explotadores, por haber protagonizado la mayor rebelión anticolonial que se originó en Hispanoamérica durante el siglo XVIII.
José Gabriel descendía de la dinastía real de los incas, pues era hijo del cacique Miguel Condorcanqui y tataranieto de Juan Pilco-Huaco, hija de Túpac Amaru I, el último soberano inca, quien había sido ejecutado por los españoles en 1572.
Debido a su noble origen, fue educado por los jesuitas en el Colegio San Francisco de Borja o Colegio de Caciques del Cuzco, por lo que no sólo dominaba el quechua, sino también el castellano y el latín, y entre otras obras importantes había leído las Sagradas Escrituras, los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega y hasta realizó en forma clandestina lecturas de textos de Voltaire y Rousseau, censurados en aquella época.
Según datos consignados en el sitio web biografiasyvidas.com, José Gabriel era un hombre educado, carismático y de fuerte constitución física, que llegó a ser cacique de Tungasuca, Surimana y Pampamarca, por lo que las autoridades reales le concedieron el título de marqués de Oropesa.
La propia fuente indica que su prestigio entre los indios y mestizos le permitió encabezar una rebelión contra las autoridades españolas del Perú en 1780. Dicha rebelión (precedida por otras similares) estalló debido al descontento de la población contra los abusos de los corregidores y los altos tributos, el reparto de mercaderías y las prestaciones obligatorias de trabajo que imponían los españoles (mitas y obrajes).
Este sistema de explotación y vejaciones establecido desde España por la monarquía borbónica se incrementaba y se tornaba cada vez más insoportable para las grandes masas de desposeídos.
José Gabriel Condorcanqui adoptó el nombre de su ancestro Túpac Amaru (razón por la que sería conocido como Túpac Amaru II), un acto simbólico de rebeldía contra los colonizadores. Se proclamó restaurador y legítimo heredero de la dinastía inca y envió emisarios para extender la rebelión por todo el Perú, precisando que el levantamiento se dirigía contra las autoridades españolas locales, pero mantenía en sus inicios la ficción de lealtad al rey Carlos III.
Sin embargo, no solamente los insistentes abusos de los corregidores, sino también la dureza de algunas de las recientes medidas impulsadas por la monarquía española (y las cargas económicas que implicaron para la población indígena) fueron el motor de la sublevación de Túpac Amaru II.
El levantamiento comenzó en los primeros días de noviembre de 1780 con la ejecución del despótico corregidor Antonio Arriaga, que había sido apresado en Tinta. Túpac Amaru ordenó su ajusticiamiento en la plaza de Tungasuca, a lo que se sumó la destrucción de diversos obrajes. Como respuesta inmediata, las autoridades de Cuzco enviaron una expedición punitiva formada por mil doscientos hombres, que cayó derrotada en Sangarará el 18 de noviembre.
Los llamamientos enviados a través de sus emisarios extendieron la revuelta por todo el Bajo y el Alto Perú y parte del virreinato del Río de la Plata, es decir, territorios de la actual Bolivia, Perú y el norte de Argentina, por lo que la historiografía considera que la de Túpac Amaru fue la más importante insurrección del siglo XVIII contra el dominio español y tuvo profundas repercusiones en toda la América bajo el dominio ibérico.
La reacción de España fue militar y no diplomática. En enero de 1781, las fuerzas de Túpac Amaru II fueron rechazadas por los españoles en las inmediaciones de la antigua capital: el asedio de Cuzco había fracasado. A partir de entonces el movimiento se estancó y pasó a la defensiva. El virrey Agustín de Jáuregui mandó desde Lima un poderoso ejército de 17 mil hombres, al tiempo que desalentaba la rebeldía haciendo concesiones a los indios (como crear en la Audiencia una sala especial para atender sus quejas o limitar los poderes de los corregidores).
En la noche del 5 al 6 de abril de 1781, el ejército virreinal asestó el golpe definitivo a los sublevados en la batalla de Checacupe. Túpac Amaru II se retiró a Combapata, pero fue traicionado y entregado a los realistas junto con su familia.
El líder indígena fue sometido a atroces torturas que ordenó el implacable visitador José Antonio de Areche, cuya misión consistía en averiguar los nombres de los cómplices del vencido caudillo. Sin embargo, lo único que obtuvo del valiente e inclaudicable Túpac Amaru fue esta digna respuesta: «Nosotros somos los únicos conspiradores: Vuestra Merced por haber agobiado al país con exacciones insoportables, y yo por haber querido librar al pueblo de semejante tiranía».
Es bien conocido el final de la gloriosa historia de Túpac Amaru. Un día como hoy, 18 de mayo de 1781, se produjo el horroroso e infructuoso intento de descuartizar su fornido cuerpo al amarrar sus extremidades a cuatro caballos, y su posterior decapitación junto a su esposa, hijos y más cercanos colaboradores.
Su ejemplo, sin embargo, sirvió de significativo antecedente e inspiración para las luchas libertarias que apenas unas décadas después lideraron Simón Bolívar y otros próceres para conquistar la independencia de América de los colonialistas españoles.
Y aún hoy, a 235 años de su brutal ejecución, Túpac Amaru constituye un eterno símbolo de dignidad y rebeldía para los pueblos de Latinoamérica.
0 comentarios