Benny: inmarcesible en la memoria musical de su pueblo
Benny: inmarcesible en la memoria musical de su pueblo
(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, agosto 24, 2014)
Tuve el privilegio de ver actuar a Benny Moré en agosto de 1962, durante las noches en que amenizó con su banda los carnavales correspondientes a ese año en la ciudad de Puerto Padre.
Y digo actuar, porque aquel hombre no se dedicaba solo a interpretar de forma inigualable sus famosos sones-montunos o sus antológicos boleros, una guaracha, un mambo, un afro o un guaguancó, entre otros de los ritmos predominantes en aquella época memorable y ojalá no irrepetible de la música cubana.
Por aquellos días yo recién había cumplido los 12 años, pero ya desde pequeño lo admiraba de manera mayúscula, contagiado indudablemente por la devoción que sentían por su música una de mis tías y varios de mis primos mayores.
Por ese entonces Benny Moré estaba en el pináculo de su fama y, por supuesto, yo no podía siquiera imaginar que en aquellas inolvidables noches de jolgorio carnavalesco la enfermedad minaba ya su cuerpo y la ineluctable parca lo arrastraría, solo poco más de cinco meses después, hacia la eternidad, con apenas 43 años de edad.
Como no me separaba nunca de la tarima en que actuó, sí puedo rememorar, pese a los 52 años ya transcurridos desde entonces, la forma extasiada, ensimismada, casi alelada, en que una gran parte de los centenares de personas que se aglomeraban alrededor de aquel escenario dejaban de bailar continuamente como habían hecho con la orquesta local que precedió al Benny, para dedicarse de manera concentrada a deleitarse con su melodiosa voz y ver los movimientos de aquella figura espigada, quijotesca, con un saco más largo de lo habitual, unos pantalones también amplios, un sombrero alón y un pulido bastón.
Y es que Benny se desenvolvía tan magistralmente en la escena que, al propio tiempo, “envolvía” irremediablemente a la muchedumbre que presenciaba el espectáculo.
Recuerdo, por ejemplo, que una noche subió al escenario, como hacía a menudo después de que los músicos de su banda se habían acomodado y afinado sus instrumentos. En medio de la ovación del público que anhelaba su aparición, sacó de un bolsillo de su saco un caramelo, le quitó el celofán que lo envolvía y, cuando habían cesado los aplausos y la gente esperaba intrigada lo que ocurriría, lo lanzó suavemente hacia arriba. En cuanto el caramelo cayó en su boca, la orquesta rompió de forma uniforme e impecable con las notas de su famoso son-montuno “Qué bueno baila usted” ante la reacción enardecida de los asistentes.
Benny, sin embargo, no era un excéntrico ni, mucho menos, un “payaso” musical. Era, eso sí, un hombre que llevaba la música en la sangre, en el alma, en el corazón, y gustaba de hacer pasar un rato agradable a sus admiradores no solo con su cadenciosa y bien afinada voz y su magnífica banda, sino, también, con sus movimientos en el escenario para dirigir la orquesta, echar un pasillo de baile o hacer girar su inseparable bastón.
Se acostumbra a mencionar y recordar a Benny Moré como un excelente intérprete de prácticamente todos los ritmos cubanos. Y esa valoración es justa.
Pero siempre he pensado que lo más extraordinario y asombroso en él fue que logró desarrollar su carrera llena de brillantes éxitos en Cuba y en el extranjero sin realizar jamás estudios musicales, en lo que seguramente influyó o hasta determinó su origen en extremo humilde.
El caso es que Benny fue un autodidacta nato, genial, dotado de un portentoso “oído musical” que le permitía, con tan solo escuchar tararear algunas notas y la letra de un número, saber si este “pegaría” en el público amante de la música. Ello le posibilitaba aceptar o rechazar casi de inmediato las muchas ofertas que los mejores compositores de la época le hacían para que interpretara sus creaciones, y, en no pocas ocasiones, mejorar notablemente con su musicalidad congénita y su capacidad para la eufonía la composición original.
Esas aptitudes innatas para la música le propiciaron no solamente convertirse en un cantante excepcional, sino, también, dirigir, empíricamente, a una gran banda de excelentes instrumentistas profesionales y, como si fuera poco, componer formidables sones-montunos como Santa Isabel de Las Lajas, dedicado a su pueblo natal, Cienfuegos o Qué bueno baila usted, o boleros inolvidables y de bellísima factura como Amor sin fe, Dolor y perdón, Mi amor fugaz o Conocí la paz, o mambos como Bonito y sabroso, Locas por el mambo o Ensalada de mambo.
Benny Moré no era un dios, era un hombre. Como todos los hombres, también tenía defectos y, como todos los hombres talentosos, tuvo y tiene algunos envidiosos y detractores. Pero, ni los más encarnizados de ellos, se atreven a negar la inconmensurable impronta musical que el Bárbaro del Ritmo legó a su patria y a los pueblos hermanos del continente, donde todavía hoy, a más de cinco décadas de su muerte, se recuerdan, cantan y versionan los números musicales que él interpretó y popularizó de forma inigualable.
En ocasión de cumplirse este 24 de agosto el aniversario 95 de su natalicio, me atrevo a afirmar que, por ese legado y porque brilló con luz propia e inextinguible, Benny Moré permanece y permanecerá inmarcesible en la historia musical de su pueblo.
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