La impronta imborrable de Gardel
(Publicado por Hernán Bosch en tiempo21.cu, junio 24 de 2015)
Aún hoy, cuando han transcurrido ocho décadas desde que la portentosa voz de Gardel se apagó, no creo que existan muchas personas adultas que puedan afirmar que jamás han, al menos, escuchado, o disfrutado, tarareado y hasta parafraseado alguna vez, en una situación determinada,«que veinte años no es nada» «adiós, muchachos, compañeros de mi vida», «contra el destino, nadie la talla», «se terminaron para mí todas las farras»… u otras frases por el estilo contenidas en sus canciones.
Aunque está demostrado que desde su infancia vivió en Buenos Aires, Argentina, y se nacionalizó como argentino en 1923, varios de los estudiosos de su vida han polemizado históricamente en torno a si nació en una fecha u otra, o si fue en Tacuarembó, Uruguay, o en Toulouse, Francia, lo que dificulta mucho resumir los primeros años de su niñez y juventud. Hay coincidencias, sin embargo, en que fue una etapa en que vivió en la pobreza junto a su madre, con la que residió durante muchos años en casas de inquilinato o en habitaciones de pequeños conventos.
Pero lo indudable, lo que nadie cuestiona, es la inmensa popularidad que adquirió la colosal obra artística realizada por el cantante, compositor y actor cinematográfico Carlos Gardel, que lo convirtió en uno de los intérpretes de la música popular más aclamados y universales de todos los tiempos y que mantiene su vigencia hasta hoy, cuando se cumplen 80 años de su fallecimiento en un lamentable accidente de aviación ocurrido en Medellín, Colombia, el 24 de junio de 1935.
Pese a su humilde origen, desde su juventud Gardel entró en contacto con el mundo artístico.
Según una biografía del bardo publicada en la enciclopedia digital Wikipedia, su madre planchaba ropas para algunos teatros, en los que el joven laboró como claque, utilero y comparsista (extra), a cambio de poder asistir a los espectáculos y recibir entradas.
Entre muchos otros empleos informales, también se desempeñó como tramoyista en el Teatro de la Victoria, donde escuchó al zarzuelista español Sagi Barba, con quien incluso llegó a tomar sus primeras lecciones informales de canto, y luego pasó al Teatro de la Ópera, donde llegó a conocer al famoso Titta Ruffo, una de las figuras cimeras entre los barítonos de la ópera italiana.
De esa forma logró relacionarse con actores y cantantes, de quienes imitaría los ejercicios de vocalización y otras conductas que serían de importancia para su futura formación artística. Al respecto declararía años después, cuando ya era una estrella del mundo musical: «Esos fueron mis primeros conocimientos artísticos y así fue como conseguí obtener aquella voz blanca con la cual me di a conocer».
Entre 1912 y 1916 grabó sus primeros discos y realizó varias presentaciones públicas, fundamentalmente integrando el dúo que formó con el uruguayo José Razzano, que interpretaba esencialmente tonadas campesinas y diversas canciones del folclore latinoamericano.
Pero fue en 1917, cuando Gardel cantó y grabó su primer tango, Mi noche triste, el momento en que se inició la meteórica carrera hacia la fama que lo llevó a la cumbre del estrellato musical y le abrió las puertas en el cine, hasta consolidar su imagen pública de galán y cantor.
Carlos Gardel, conocido también por los apelativos El rey del Tango y El Zorzal Criollo, entre otros, realizó a partir de entonces nada menos que más de 900 grabaciones musicales, una cifra astronómica para aquella época, entre las cuales las más conocidas son sus famosos tangos, fundamentalmente los compuestos en coautoría con Alfredo Le Pera. También se incluían milongas, zambas, rancheras, tonadas y otros estilos, hasta sumar unos 30 géneros musicales. Además participó y fue protagonista en decenas de películas que contribuyeron a acrecentar su gloria por todo el planeta.
En ocasión de cumplirse hoy el aniversario 80 de su muerte, resulta justo destacar el inmenso aporte que legó a la música popular latinoamericana este excepcional cantante, dotado de una voz inconfundible e inigualable, idolatrado en Argentina y Uruguay y admirado en toda América y en gran parte del mundo.
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